Uno de los problemas graves que tiene nuestro país, el cual se siente particularmente en las más grandes ciudades pero está latente en toda su geografía a través de sus carreteras, es el caos del tránsito vehicular que nos ha hecho tristemente célebres por estar considerados como uno de los países con mayor tasa de muertes de tránsito.
El estado del tránsito en cada país es un reflejo de su grado de civilidad y desarrollo, por eso en todas las mediciones se evidencia que los mayores problemas se registran en los continentes y los países menos desarrollados.
La República Dominicana es un ejemplo de ello, por eso el calamitoso estado de su tránsito vehicular no es más que una amalgama de todos los males que afectan nuestra vida en general, la cultura de irrespeto a la ley, la impunidad para determinados sectores, la corrupción, la ineficiencia de una autoridad dispersa y complaciente, la búsqueda de soluciones particulares a problemas colectivos, entre otros.
Nuestras autoridades, conscientes del fracaso que han tenido para organizar el tránsito, han intentado buscar alguna promesa para disimular su ineficiencia y se les ha ocurrido proponer cambiar el horario de trabajo de los empleados públicos.
El Gobierno parecería olvidar que el problema del tránsito no es de horario ya que en cualquier hora subyacen las causas fundamentales que lo provocan y que aparentemente siguen sin querer afrontar, así como que tampoco existe un único horario en el sector privado que lleve a pensar que cambiando el del público se podría derivar alguna mejoría significativa, así como que los horarios de salida de muchos conductores dependen de los de entrada a clases de sus hijos.
Si se quiere resolver el problema del tránsito se tiene que: aplicar la ley sin distinción, para que solo circulen los vehículos que estén matriculados y aptos para hacerlo y que la revista deje de ser una simple calcomanía, impulsar un transporte colectivo de autobuses que funcione adecuada y racionalmente para que los usuarios dejen de invertir en malas soluciones individuales, hacer que los agentes de tránsito desempeñen su rol y no que solo se les vea en las calles para interrumpir el trabajo de los semáforos, para facilitar el flujo de la caravana presidencial o para atrapar las presas fáciles de imponerles multas, mientras las faltas más groseras pasan frente a sus ojos sin consecuencias.
Cuando un gobierno decide hablar de cambio de horario como recientemente lo ha hecho Maduro en Venezuela para intentar tapar la desastrosa gestión de su gobierno y el de Chávez que han llevado a ese país de tener una Electricidad de Caracas que era líder regional a un sistema eléctrico colapsado, es muestra evidente de que o no quiere atacar las raíces del mal, o no tiene idea de cómo hacerlo.
Dejemos de irnos por las ramas proponiendo absurdos cambios de horarios que no conllevarán ninguna solución y ataquemos los males que han provocado esta lamentable situación por complicidad de muchos gobiernos, desmontando las múltiples instituciones que nunca han regulado el tránsito y sustituyéndolas por una que realmente lo haga, acabando con los monopolios que han mantenido a los usuarios en las peores condiciones y que no les han dejado otro camino que el de tener como una prioridad poseer un vehículo propio, haciendo que las alcaldías planifiquen el crecimiento de las ciudades y su tránsito, manteniendo vías adecuadas para la circulación y garantizando que la igualdad ante la ley y la libre competencia jueguen su rol, para así cambiar este sombrío panorama de una vez por todas.