Constantemente luchamos por retener aquello que creemos que nos pertenece.
Seguros de que se trata de algo propio, llegamos a pelear con uñas y dientes para que nadie nos lo arrebate.
Muchas veces defendemos nuestros puestos de trabajo, a un punto en que celamos hasta el material gastable, las máquinas en que escribimos, la silla en que nos sentamos, el espacio en el que nos desenvolvemos a diario. Lo mismo se traduce en lo personal.
Algunos tienen amigos a los cuales recelan de los demás.
Tanto, que si otra persona aparece y ese alguien nota que se acerca peligrosamente a su amado amigo, llega hasta a la intriga para impedir que el recién llegado lo despoje del cariño que se ganó a pulso.
Lo mismo pasa cuando se ama. La gente piensa que como se entrega por completo, recibe del otro la misma entrega y lealtad.
Siente que como no tiene cabida para nadie más, el otro actúa exactamente igual.
Nada más alejado de la realidad. Mientras uno pisa en tierra firme, atribuyendo el mayor respeto y seriedad a un vínculo, el otro anda en las nubes, abierto a cualquier posibilidad.
Cada vez que pienso la forma en que nacemos y morimos, concluyo en que como nada traemos y nada nos llevamos, nada en verdad es realmente nuestro.
Nada nos pertenece, nada es de nadie y eso aplica para unos y para otros, no solo para aquel que siente que terminó su búsqueda, que ya tiene lo que esperaba, también aplica para quien nunca termina de buscar, de probar, de descubrir…
No está mal cuidar lo que queremos extender por largo tiempo, pero, por más que nos sintamos comprometidos, plenos, y hasta felices, nunca debemos de olvidar que las cosas no son siempre como queremos.
Quizás lo único que realmente nos pertenece son nuestras acciones, porque el espíritu, el alma que habita dentro de nuestro cuerpo, se esfuma tan pronto como dejamos de vivir. Ni siquiera esa alma que nos condena o nos salva al final del camino, nos pertenece. Entonces ¿por qué luchar hasta destrozarnos y sufrir?, si al final, nada tenemos, nada es nuestro, muchas veces, ni siquiera nuestra voluntad…