En esta ocasión no vamos a tratar temas económicos debido a que el principal problema que enfrenta la sociedad dominicana en este aspecto ha sido ampliamente tratado y no hay más nada que decir. En efecto, ya todos conocemos el escandaloso déficit fiscal que se registrará este año.
También conocemos las causas que lo originaron y las consecuencias que tendrá en la sociedad dominicana a corto y mediano plazo. Por consiguiente, todos los ciudadanos pensantes de este país ya se han formado su propio criterio, el cual no podrá ser modificado por más discursos que hagan las pasadas autoridades, los funcionarios, los periodistas a sueldo del oficialismo, los editorialistas, los comentaristas de la televisión e incluso lo que podamos transmitir los columnistas habituales.
De ahí que nuestra grave situación fiscal ya trasciende el ámbito puramente económico para pasar a un plano político. Con esto no queremos decir que el tema debe ser debatido estrictamente entre los partidos políticos, pues lamentablemente la mayoría de ellos han perdido credibilidad y en estos momentos se muestran incapaces de señalar una sana orientación a la población.
Por consiguiente, cuando nos referimos a que el tema económico debe ser tratado en el plano político, a lo que nos referimos es que a quien le corresponde enfrentarlo es a la sociedad en su conjunto, lo cual debe hacerlo a través de los distintos instrumentos con que dispone y hasta que su voz tenga que ser oída y respetada.
Obviamente, el presidente Medina tendrá que jugar un papel estelar, porque todavía un amplio segmento de la población tiene la esperanza de que hará un gobierno distinto. Uno que esté más acorde con las verdaderas necesidades de nuestra sociedad. Esta esperanza es un imperativo social que no puede perderse. El Presidente tiene que ser muy cauto en sus actuaciones.
Tiene que entender que su verdadero activo no descansa en el control absoluto que tiene su partido sobre los tres poderes básicos del Estado. Nuestra historia republicana así lo demuestra. Tiene que entender también, que la esperanza es un recurso al que las personas recurren cuando sienten que todo está prácticamente perdido. Por consiguiente, si esta se pierde por completo, de seguro nos esperarían años muy calamitosos.
La esperanza de este pueblo está íntimamente condicionada a la seguridad que el Gobierno pueda dar de que los niveles de dispendio de los recursos públicos no se repetirán. Que habrá sanciones para los violadores de las leyes que rigen el gasto público.
Que el dinero de los contribuyentes no se utilizará para el deleite personal de los servidores públicos, sino para paliar la gran deuda social que tenemos con la población más necesitada. Tendrá que volver a los principios éticos enarbolados por el fundador de su partido y vencer las frivolidades que se han arraigado en un amplio segmento de su organización.