“Tenemos un régimen político que no emula las leyes de otros pueblos, y más que imitadores de los demás, somos un modelo a seguir. Su nombre, debido a que el gobierno no depende de unos pocos sino de la mayoría, es democracia”, proclamó Pericles, un destacado político y orador ateniense que vivió entre los años 495 y 429 antes de Cristo, en la famosa oración fúnebre que fue recogida por Tucídides en la Historia de la Guerra del Peloponeso entre las ciudades Atenas y Esparta.
La cuestión trascendental de ese texto, cuya base consiste en un homenaje a los soldados muertos en la guerra, radica en que resalta los valores en los que se fundamentó la democracia clásica en la Atenas de entonces, y que ha servido de hilo conductor a todas las variantes de ese sistema de gobierno hasta la actualidad. Narra cómo se fue construyendo esa ciudad-estado, su vida pública, política, militar y administrativa.
Los ciudadanos atenienses hablaban no sólo con orgullo de su sociedad, sino, sobre todo, de los valores que le dieron origen. Si extrapolásemos esas concepciones al caso dominicano surgirían necesariamente una serie de interrogantes, ¿La democracia dominicana se ha construido sobre sólidos valores y principios morales? ¿Los conoce el pueblo? ¿Los asume y los transmite de generación en generación? ¿Nuestras instituciones cumplen con su rol en ese sentido?
La respuesta a las interrogantes anteriores es, sin lugar a dudas, que tenemos aún que transitar un largo camino para exhibir a plenitud un régimen democrático que responda a las aspiraciones y expectativas de la población. Una democracia va mucho más allá que garantizar elecciones cada cuatro años, que funcionen poderes públicos separados y de que se expresen libremente las ideas. Se requiere que se ejercite la ciudadanía en todas sus dimensiones.
Justamente, la cuestión determinante para la democracia ateniense fue el surgimiento de una ciudadanía, económicamente y militarmente independiente, así como los ideales políticos griegos de igualdad entre los ciudadanos, libertad, respeto a la ley y a la justicia y la participación, todos expuestos en la oración fúnebre de Pericles.
Los dominicanos y dominicanas tenemos que acostumbrarnos a la idea de que la democracia debe ser una forma de gobernar basada en principios orientadores que conduzcan a nuestro pueblo a un Estado de Bienestar que satisface las necesidades de la gente.
La tarea no resulta fácil, pero hay que poner empeño para que avance nuestro sistema democrático con la finalidad de que la legitimidad y credibilidad de las instituciones democráticas nunca estén en juego, especialmente los sistemas de justicia y electoral. La idea consiste en garantizar la pertinencia, efectividad, equidad e inclusión, direccionando siempre el accionar público y privado en función del interés general de la población.
La gobernanza moderna implica la participación activa de las instituciones del Estado y de la sociedad civil en un ambiente de cooperación para el diseño y elaboración de políticas que contribuyan al desarrollo nacional, a partir del ejercicio de una democracia plena.
Volvamos la mirada a los valores y principios que dieron origen a la democracia clásica ateniense porque hay que cuestiones que habrían de ser rescatadas en beneficio de la que tenemos en el país. A partir de ahí, entonces se apela a la comprensión de gobernantes y gobernados, de que la democracia dominicana jamás podrá considerarse avanzada, dejando de lado la incorporación de algunos de esos valores, sobre todo los referidos a la igualdad, la equidad, la inclusión social y el bienestar general de la población.