Desde la caída de la tiranía, la prensa ha jugado un papel muy importante en el afianzamiento de las libertades públicas. Pero esa labor ha atravesado por diferentes etapas, muchas veces con grandes riesgos personales e incluso empresariales. Uno de los más emblemáticos ha sido el de la revista Ahora, cuyas instalaciones fueron destruidas en un atentado terrorista, durante los cruentos días de enfrentamiento posteriores a la guerra civil de 1965, por elementos vinculados al poder y movidos por anacronismos ideológicos, renuentes a aceptar toda posibilidad de cambio social o político.

En el lapso transcurrido entre esos hechos y la salida temporal del doctor Balaguer del poder, en 1978, el costo de la independencia periodística fue muy alto. Si bien el control sobre la propiedad de los medios se ejercía de manera muy sutil, hubo muestras paradigmáticas de independencia que honraron el papel de la prensa en esos tiempos difíciles, en los que los niveles de libertad se medían sobre la frágil tolerancia de un régimen sin total control de aquellos que en su oportunidad el propio presidente de la República llamó “fuerzas incontrolables”.

Los asesinatos de los periodistas a plena luz del día y en lugares céntricos y poblados de esta capital, quedaron como señales inequívocas de la intolerancia de una época caracterizada por el enfrentamiento de dos concepciones del poder, en las que el ejercicio del periodismo estaba condicionado por un clima de censura casi tácita, que invitaba a una inhibición forzosa.

Es a partir de 1978, incluyendo incluso los diez años de la segunda y última etapa de gobierno constitucional de Balaguer, cuando el clima para la práctica del periodismo se torna más abierto y los medios comienzan en realidad a influir en las grandes decisiones políticas.

La libertad ha exigido siempre, a lo largo de la historia, un alto precio que se ha de pagar constantemente. 

De acuerdo a los religiosos, Dios creó al mundo, al hombre y la mujer para que vivieran en pareja, para que llegado el momento formaran una sola carne y levantaran juntos una familia, pero aunque parezca increíble, cumplir con esta tarea, de forma exitosa, se ha convertido en una odisea, una hazaña que muy pocos pueden exhibir. Sin embargo, cuando no tenemos a nuestro lado y como queremos a esa otra persona, nos entristecemos. Es verdad que amamos la libertad de salir, entrar y dormir cuando queremos.

Levantarnos un fin de semana sin planes, improvisar sobre la marcha, porque somos libres, porque nadie nos dice qué hacer o a dónde ir es en cierta forma bueno.

Sin embargo, hasta de esta excesiva libertad nos cansamos.

Es mentira que en algún momento de nuestras vidas no nos sintamos cansados de vivir como hoja al viento. Los hijos, la familia, los amigos son importantes, nos hacen felices, nos acompañan, están cuando los necesitamos y nos permiten acompañarlos cuando nos necesitan. Pero cuando cada uno tiene su vida, esa en la cual no entran terceros, la compañía de una pareja o hasta de algunos amigos entrañables hace la diferencia y le cambia el sentido a la soledad.

Alguien una vez dijo que no es lo mismo estar solo que en soledad, y es verdad. En algún momento una persona puede estar en un lugar desierto, donde está solo él, sin embargo, si es feliz, si sabe que cuenta con las personas que ama, justo en el momento en que las necesita, de pronto y discretamente una leve sonrisa delatará su estado de bienestar.

Del mismo modo, a veces, una persona rodeada de gente, e incluso, de atenciones, se notará sola y triste, pues sabrá que al final del día y ante las situaciones difíciles no encontrará el hombro y las palabras de aquella persona con que quisiera contar en esos momentos.

No podemos evitar sentirnos molestos y frustrados, cuando pensamos en que aquello que deseamos para nuestra existencia es tan sencillo, y sin embargo, tan difícil de lograr para algunos.

Con un corazón feliz, debemos ver y valorar lo bueno, lo que nos proyecta como personas positivas abiertas, siempre en espera de cosas buenas para disfrutarlas y fuertes para enfrentar las adversidades.