No menos que un profundo sentimiento de incertidumbre y aflicción es lo que queda en uno al constatar, ayudado por el ensayo “La civilización del espectáculo” de Vargas Llosa, la creciente degradación cultural y moral de la que es objeto nuestra época. La nuestra, según el autor, es una Era en la que lo más importante es la diversión y el entrenamiento y en la que el ejercicio de pensar, ha quedado relegado a un segundo plano. Al deterioro de la vida cultural, no escapa el quehacer político. De un tiempo a esta parte, la política ha perdido su razón de ser y ha devenido en una actividad centrada en las apetencias personales, muy distante del bienestar de la colectividad.
“En la civilización del espectáculo, el cómico es el rey”, nos expresa con pesar Vargas Llosa, al explicar que en vez del intelectual, el académico o la persona de bien, el político en campaña prefiere la compañía del cantante de moda o el presentador de televisión, pues al fin y al cabo esto es lo que vende en un público ávido de entretenimiento. La política basada en principios ideológicos y en propuestas programáticas, ha dado paso a un ejercicio donde lo importante es la campaña publicitaria, las apariencias y la venta de los candidatos como productos. Es muy preocupante el hecho de que en los actuales momentos, quizás motivada por la decadencia cultural, la política se haya vaciado de contenido.
La vaciedad de la política tiene efectos muy perversos para la sociedad. En primer lugar, impide que desde el ejercicio del poder se lleven a cabo las iniciativas necesarias para enfrentar los principales males que padece una nación, pues la mediocridad, la ineficiencia y el afán de lucro se constituyen en los principios orientadores de la gestión pública. El alarmante e irresponsable derroche del dinero público y la laxitud ética de funcionarios, legisladores, jueces y síndicos, beneficiarios de pensiones y otros privilegios, son un claro ejemplo de esta realidad en nuestro país.
En segundo lugar, la devaluación de la política la conduce a su desprestigio. Hoy en día padecemos de un desencanto generalizado hacia la actividad política. No son pocos los que reniegan de la vida cívica, desconfiados en que desde lo público se pueda hacer algo para resolver los problemas que les afectan.
Precisamente, esta es la actitud que desean aquellos que se benefician de la política-espectáculo, pues la misma sirve para entretener y distraer a una ciudadanía que cada vez más, se torna incapaz de reaccionar frente a las injusticias.