Comúnmente no somos conscientes de nuestra necesidad de Dios, y por ello cualquier eventualidad nos da una sacudida para despertarnos. Por esta razón el rey David oraba así: “Alumbra mis ojos para que no duerma de muerte”, Salmos 13:3b. Es posible que sólo cuando estamos a 33 mil pies de altura, sudorosos y suplicantes, acorralados ante una brusca turbulencia, se despierten algunas neuronas que “alguna vez” fueron disciplinadas con la verdad de la Biblia. Entonces y solo entonces, entramos en la perspectiva divina, deseando fervientemente un aterrizaje, aunque sea forzoso, en la pista de la oportunidad a una nueva realidad. Donde nuestros pactos no se queden como equipaje perdido y no se archive esta experiencia en neuronas oxidadas, apiñadas entre milagros olvidados. 

República Dominicana debe continuar explicando al mundo la verdad, dentro de la actual agudización del conflicto dominico-haitiano, como correctamente hace mediante los periplos del ministro de Relaciones Exteriores. En lo interno, cuidarse de desbordes nacionalistas, pueden distorsionar el mensaje y afectar los reconocidos esfuerzos del Gobierno por manejar la situación con criterio digno y cauteloso a la vez. El sentimiento nacionalista está justificado, ante las ofensas y chantaje de Puerto Príncipe, pero sin exceder el plano de lo realista. Ambas naciones son un matrimonio problemático sin opción a separación; lo razonable es insistir más en intereses comunes que en diferencias u odios. Es la perspectiva inteligente que deberá prevalecer entre los sectores sensatos a ambos lados de la frontera: negociación.