Una vez dije que realmente importantes son las personas que nos quieren y a quienes queremos, y sigo pensando igual. Como seres humanos somos iguales, pero no como individuos, cada uno es dueño de su personalidad, no todos tenemos el mismo nivel de raciocinio, ni de educación, no se trata de superiores e inferiores, eso jamás, pero sí aunque estemos mezclados dentro de un mismo mundo, viviendo bajo las mismas reglas de conducta, dentro de la misma extensión de tierra, no somos iguales.
Cada quien tiene su mismidad, sus gestos, sus rasgos, su forma de actuar, de pensar y de asumir la vida, pero esto no quiere decir que por ser diferentes no podamos compartir, integrarnos y aunque no ser propiamente amigos, por lo menos llevar “la fiesta en paz”.
La inmadurez nos vuelve intolerantes, nos hace pensar que quien no es igual a nosotros, o por lo menos similar, no merece formar parte de nuestro círculo de amigos o al menos de nuestro entorno laboral o estudiantil. Reconozco que tengo una personalidad un tanto difícil, si alguien me agrada todos lo notarán en seguida, si no me agrada, lo notarán aún más rápido, y aunque parezca mentira, ese es uno de mis razgos que más orgullo me hacen sentir. No finjo el afecto, no tengo por qué y además, pienso que es una de las actitudes más reprochables que una persona pueda asumir. Engañar o tratar de engañar a otros solo demuestra el desprecio e irrespeto con que respondemos a un cariño sincero. Querer que todos lo quieran no es más que una muestra de la terrible soledad que vive un ser humano y más aún, es un reflejo de inseguridad y pobreza de espíritu. Nunca he creído en estar rodeada de gente para sentirme feliz. Siempre, y en la medida de lo posible, me he alejado del ruido y la muchedumbre. Disfrutar una buena lectura, saboreando una taza de café, con el sonido de una suave melodía es algo que no tiene comparación. Hay quienes prefieren perder un par de horas hablando de cualquier tontería o simplemente entrometiéndose en la vida de los otros, pero esas son sus preferencias y tenemos que respetarlas.
Creo que por estas cosas era que mi abuelita siempre decía que “para que fuera mundo, tenía que haber de todo”.