Cada vez que por alguna razón nos entristecemos, pensamos que es el fin, que nunca volveremos a sonreír. Eso nos ha pasado a todos alguna vez en la vida.
Solo cuando aprendemos a fortalecer nuestra parte espiritual comprendemos que un día las cosas volverán a la normalidad y volveremos a disfrutar de esos breves momentos de felicidad. Eso me hace recordar que un día la tristeza se adueñó de mí y me hizo pensar que se quedaría para siempre. No importaba cuanto hacían o decían para alejarla de mi rostro y de mi vida. En ese entonces estaba convencida de que las cosas no cambiarían. Siempre estaría sola, sin ilusiones, triste y sin tener a nadie a quien en verdad le importara.
Era tan grande mi tristeza que me avergonzaba estar frente a los demás. No quería empañar la felicidad de los otros. Muchas veces pensé que lo mejor sería irme lejos, no volver a ver a nadie, olvidar y que me olvidaran.
Sin embargo, muchas cosas pasaron que poco a poco fueron haciendo desaparecer esa sensación de vacío y soledad. De pronto, mi vida se llenó de la risa y la ternura de dos angelitos hermosos que me rescataron de un abismo seguro. Luego, tuve la dicha de conocer el verdadero amor.
Después, cada vez que recordaba aquel episodio de tristeza y soledad, me reía y daba gracias por la vida y porque aunque a veces la perdía, la fe volvía a mí y me daba la seguridad de que un día las cosas serían mejores.
Por eso, a pesar de la oscuridad de algunas nubes en mi cielo ya no me desespero, pues sé que tras la tormenta el sol volverá a brillar. Por eso digo que no importa la adversidad de los tiempos, la calma siempre vuelve y con ella la paz.
No hay nada más cierto, la fe y la esperanza son lo último que debemos perder.
Soy partidaria de vivirlo todo intensamente, porque entiendo que el amor, el dolor, la alegría y la tristeza no son tales si no se sienten en el alma, algo así como dar, amar, llorar y reír, pero hasta que duela.
Cada experiencia positiva y negativa, nos deja una lección que sirve para hacernos más fuertes y para transitar con más seguridad por el difícil camino de la vida.