Los conocedores del mosaico de fuerzas que gobiernan a los Estados Unidos sostienen que sin importar cuán conservadores o liberales sean los presidentes, terminarán actuando bajo el direccionamiento pautado por sus grandes intereses.Junto con el impacto de la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación y sus grandes cambios paradigmáticos, parece que por el “norte revuelto y brutal”, como calificaba Martí las acciones imperiales de Estados Unidos, están soplando vientos nuevos.
Desde que George Washington fuera investido como el primer presidente norteamericano, en 1789, han sido ejercidos 57 mandatos, en los que se han alternado, mayoritariamente, los partidos Demócrata y Republicano, que han protagonizado la dirección del país.
En un país que durante parte de su historia esclavizó a sus negros, y la raza blanca compone del 75 al 80 por ciento de la población, entre los que prima el racismo y el desdén por las mezclas étnicas de personas que denominan “de color”, en enero de 2009 un negro nacido en Hawai, Barak Obama, fue elegido cuadragésimo cuarto presidente.
Obama asciende a la Presidencia por condiciones muy especiales, entre las que destaca haberse preparado con gran esmero para tan importante desafío. Luego de un primer mandato que llenó a medias las expectativas que había creado, logra la reelección en 2012.
En camino a completarse el mandato de ocho años de Obama, el cuadro de la competencia para la elección presidencial del mes que viene, no ha resultado menos sorprendente.
De ser elegida Hillary Clinton, quien para alivio de la humanidad al día de hoy luce favorita, devendría en la primera mujer en alcanzar la presidencia, convirtiéndose en la comandante en jefa del país más poderoso del mundo, y primera potencia militar del planeta.
Y además de ese segundo gran cambio en la política de Estados Unidos, ocurre que su contendor apretado, el señor Donald Trump, es una persona que ha dado múltiples y críticas pruebas de tener dificultades para administrar sus emociones.
Más que las condiciones favorables de la señora Clinton, que las tiene, una gran parte de los electores norteamericanos, entre los que hay mayoría de mujeres y personas “de color”, han sido convencidos por el señor Trump de que si gana la Presidencia tendrían en la Casa Blanca a un inquilino que representa amenazas para sus intereses de género y raciales.
El pueblo norteamericano está enviando más señales de cambio.
En estos momentos la señora Clinton está compitiendo con Trump debido al respaldo que le dio su contrincante demócrata y autodefinido socialista, el senador Bernard Sanders, quien en determinados momentos de la carrera interna de los demócratas sacudió las posibilidades presidenciales de Hillary.
Tan serio fue el potencial de Sanders que los demócratas se vieron obligados a realizar un pacto programático con él para obtener su respaldo.
Por vez primera, un negro en la Presidencia. Luego una mujer. Casi puede o pudo ganar una persona con evidentes desequilibrios mentales, y un radical corrió con muy buen pie.
Usted me dirá que esos hechos no son fundamentales. Pero reflejan una tendencia de cambios ¿no?