Conversando con un apreciado amigo y sacerdote jesuita, me decía: “Lo que admiro de este país en los muchos años que tengo viviendo aquí, es la capacidad de sus líderes de ponerse de acuerdo a pesar de sus enormes diferencias”.Pienso que recientes eventos, tanto los de París como los ocurridos con familiares muy cercanos a la presidencia de Venezuela, deben hacer que de nuevo nuestros líderes encaminen sus esfuerzos y preocupaciones por lo que sucede muy cerca de nosotros y por lo que parece acontecer a miles de millas de nuestro territorio.
Lo sucedido en París, una masacre sin sentido, no debe pensarse como algo aislado que en algún momento no nos pueda afectar a nosotros por la razón de que no participamos en los conflictos del Medio Oriente.
No hace pocos días, ya en un evento internacional en Estados Unidos, se presentó alguien que se hizo llamar Vladimir X, como representante de la Nación del Islam en nuestro país, que alega haber nacido en una pequeña isla caribeña, en un país que se llama República Dominicana, que comparte frontera con otro pequeño país llamado Haití y dice que existe una estrategia para dividirnos, pero que somos una sola nación con la misma cultura, el mismo idioma, el mismo origen y las mismas carencias.
Este es el representante del mismo Estado Islámico de Irak y al Sahm, cuyas siglas en inglés ISIS, que se responsabilizó de la masacre de París y que sin duda ya no parece estar tan lejos de nosotros.
Desgraciadamente ISIS es un grupo con una concepción de la vida, del sacrificio y del juicio final diferente. Sus fuerzas ya ocupan territorios mayores en tamaño que Inglaterra y como bien señalaba un artículo muy interesante del importante diario español El País, “ISIS es un grupo de psicópatas y aventureros reclutados por toda Europa, que Estados Unidos ha cometido el error de minimizar, y que pretende llevar al mundo a lo que era en el siglo VII, hasta llegar al Apocalipsis”.
Actos de barbarie para intimidar el mundo pueden repetirse en cualquier sitio, más aún cuando se fundamentan en un fanatismo religioso que se expande sin fronteras por las redes y que incluso puede convertirse en una especie de “moda, de sacrificio para alcanzar el día del juicio final”.
La muerte de miles de inocentes debe ponernos a pensar cómo actuar como nación, sobre todo cuando nosotros tenemos problemas en la frontera que desgraciadamente han sido impulsados por unos e ignorados por otros, por no haber entendido a tiempo los peligros de la indefinición de las políticas internacionales.
El problema de nuestra frontera con Haití va mucho más allá del trabajo serio que puedan estar haciendo muchos grupos. Es el de una nación sin orden, que se utiliza como puente del narcotráfico y que ha llegado al extremo de tener vinculaciones con importantes figuras venezolanas muy cercanas al primer mandatario de esa nación hermana, detenidos con importantes cargamentos de droga tanto en Haití como en nuestro propio país. Esto, aunque la dirigencia venezolana que todo lo quiere resumir como parte de un complot de la oligarquía y del imperialismo.
La Venezuela de hoy no es la de Chávez; es un país sin norte, con un liderazgo de poca capacidad; con una población obligada a las colas, para comprar lo mínimo para sobrevivir; con poco respeto por la democracia, ya que el propio Maduro, sin ningún reparo, dice que no acatará las decisiones de las elecciones de diciembre, que sabe tenerlas perdidas porque aún aquellos que lo siguen por la devoción a Chávez están cansados de las devaluaciones diarias y de la crisis económica de un país tan rico en recursos naturales.
Sin embargo, todo esto parece escapar de la atención de nuestros líderes. Unos empeñados en crear un monopolio político que no beneficiará a nadie, ya que siempre he dicho que, al igual que en las empresas, los monopolios son autodestructivos. A los partidos políticos el monopolio también los lleva a enfrentamientos internos que dañan la confianza en el sistema político con resultados catastróficos para la democracia. Otros están empeñados en alquilar franquicias y los demás desperdigados entendiendo que pueden sacar beneficio del descontento en los partidos mayores.
En fin, un liderazgo que nosotros esperamos, al igual que nuestro gran amigo el sacerdote jesuita, que como en oportunidades anteriores, sepa olvidar las diferencias y poner las urgencias, los riesgos que enfrentamos por delante de los intereses particulares de cada cual.