Siempre quise conocer el Museo de las Hermanas Mirabal y fue a mediados de los años ochenta del siglo pasado cuando lo hice gracias a Lucía de León, quien nació en Ojo de Agua y su familia era muy cercana como sucede en comunidades pequeñas de la familia Mirabal.
Incluso, me contaba que su abuelo había convencido al esposo de Doña Dedé de no ir a Puerto Plata en la ocasión fatídica que el despiadado tirano terminó con la vida de tres jóvenes que nunca se plegaron a sus dictámenes y con valentía defendieron los principios que pocos se atrevían en esa época.
En el camino a Ojo de Agua pensaba encontrarme con una señora triste, amargada, quizás por las tragedias de su familia. Todo lo contrario, al llegar a su casa me recibió con el cariño de alguien que hubiese conocido toda su vida, me llevó junto con mi esposa y mis hijos a ver el museo que con tanto amor preservó de sus queridas hermanas.
Sus ojos brillaban al contarnos la historia de cada rincón de la casa, la trenza de María Teresa, las cunas, los objetos, el jardín que tanto cuidaba y amaba. Había puesto en cada rincón el amor que no pudo dar a sus hermanas, pero que sí logró transmitir a todos los que la conocimos.
En varias oportunidades pasé por su casa y era imposible irme sin ese cafecito que brindaba y algún dulce casero, pero lo mejor de todo era esa alegría de vivir que hacía difícil irse de la casa de Doña Dedé.
Ayer, cuando leía la homilía que cada domingo envía el Reverendo Padre Manuel Maza no pude acordarme más de Doña Dedé y pensaba que las cosas del Señor están para cada cual. Primero, llovía intensamente, me imagino que el cielo lloraba de alegría al recibirla y que sus hermanas y tantos familiares que vio partir antes que ella, especialmente su hijo Jimmy, nuestro querido y jovial amigo, de quien aun tengo una foto cuando junto al Presidente Fernández visitamos a Su Santidad Juan Pablo II en el año de 1999.
En la homilía decía el Padre Maza: “Todo brilla en manos de religiosas: una capilla, una sala de hospital, una escuela, dispensario, guardería, las actividades parroquiales y las mil y una tareas ocultas de una iglesia”. El ejemplo de las religiosas es como un “fuego fundidor, una lejía de lavandero” .
Así sin ser monja fue la vida que llevo Bélgica Adela Mirabal Reyes, sonrisas, una fe inquebrantable y ese amor que repartía sin esperar retribución alguna.
Su partida debe dejar en todos nosotros un ejemplo en una sociedad que ha perdido los valores por los que lucharon y ofrendaron sus vidas las Mariposas.
Desgraciadamente no pude darle un abrazo a Minú, a Jaime David, Jaime Enrique, Manolo y Jacqueline dado que fruto de una reciente operación en el brazo derecho mi movilidad está limitada, pero desde estas líneas rindo un tributo a quien supo ser un ejemplo para todos y que desde el lugar del cielo que sin duda el Señor le tiene reservado siga siendo nuestra incansable Mariposa, que ahora que está al lado del Señor ejerza su influencia, su gran capacidad de amar para que ayude que este país, que tanto quiso y por el que tanto sufrió, pueda encontrar siempre el rumbo adecuado y que los que sirven al país lo hagan igual que las monjas del Padre Maza y podamos decir “Agradezco vivir, soñar, gozar, sufrir, trabajar otro día mas, ¿a quién tengo que agradecer? Quiero conocer al padre de mis padres, a nuestro gran padre para decírselo con toda mi energía, y me quiero quejar, ¿por qué no echa una mano a los afligidos?” SSP. l