N unca seré grande para no necesitar el abrazo y las palabras de apoyo y consuelo de mi madre, tampoco para extrañar la mano suave de mi padre deslizarse por mi pelo, abrazarme con ternura y decirme: “No te preocupes negrita, todo va a estar bien. Aquí está tu papi para cuidarte”.
Tampoco seré mayor para dejar de cerrar mis ojos y evocar esos recuerdos y desear volver a vivirlos. Nunca me sentiré lo suficientemente adulta para no añorar acurrucarme en los brazos de mi padre como lo hacía cada noche para hacerme dormir.
Con el paso de los años he tenido que enfrentar tantas cosas difíciles en la vida, quizás las mismas que quienes leen estas líneas, pero en algún momento del día, sentimos que las fuerzas nos abandonan y vemos derrumbarse nuestra fortaleza.
No importa cuántas situaciones enfrentemos, no importa que la paternidad nos convierta en soporte de nuestros hijos y ellos esperen de nosotros la protección y seguridad que, en su día, esperábamos nosotros de nuestros padres, muy dentro de nuestros corazones sigue vivo nuestro niño interior y muchas veces sale por ahí a exigir su espacio y, como niño al fin, espera recibir amor, ternura, mimos y atenciones. Pero no dura mucho su alegría, las complicaciones de los adultos lo abruman y no le queda otra salida que volver resignado al fondo de nuestro corazón, donde ha construido su hábitat y donde espera tranquilo y silencioso un huequito para salir a jugar.
Lo que no debemos permitir es que ese niño muera, él nos necesita para vivir, pero también nosotros lo necesitamos a él. Por si usted no lo sabe, son sus cosquillitas las que nos hacen reír con más fuerza, son sus ocurrencias las que nos hacen personas divertidas y agradables, su inocencia es la que nos permite creer, soñar y ser más confiables. Es su ternura la que nos impulsa a amar y por la que otros llegan a amarnos.
Es la belleza de su alma la que nos hace lucir hermosos y llenos de bondad. Es su estado de indefensión el que despierta la solidaridad y motiva a los demás a querer estar cerca por lo que pueda hacer falta. Es ese niño interior el que pinta de colores y alegría todos los días de nuestras vidas. l