WILMINGTON, Carolina del Norte. Donald Trump persuadió a muchos norteamericanos de que ganadas las elecciones, construiría muros para contener la inmigración, impedir que los empresarios inviertan a su conveniencia en otros países, y aplastar las resistencias a que EE.UU. sea el Papá Pegón del Planeta.
“América volverá a ser grande”, levantados esos y otros muros, en caso de que lo eligieran Presidente, pregonó Trump en campaña.
La imagen mercadológica del muro de Trump, sintetizado en el que levantaría en la frontera con México, fue de tal eficacia mercadológica que hizo recordar a algunos las amenazas belicistas del nazismo y la opresión desalmada del capitalismo más salvaje, expresadas en El Muro, esa obra maestra del cine dirigida por Alan Parker e inspirada en el álbum The Wall, de Pink Floyd.
Ya para el próximo mes Trump será el Presidente. Desde entonces veremos las reales intenciones y posibilidades que tenga de levantar sus muros.
En mi recorrido de estos días por algunos estados de La Unión he visto un muro que se levantará frente a cualquier pretensión de desconocer derechos adquiridos de los inmigrantes y otras minorías, y que incidirá en evitar que el Gobierno de Norteamérica acerque al mundo a una Tercera Guerra Mundial.
Un muro de cooperación, decencia y tolerancia de la mayoría de un pueblo que se sabe forjado como rico y diverso mosaico de inmigrantes, un muro que de seguro resistirá y enfrentará las provocaciones y ataques racistas y de odio que ya perpetran resentidos sociales de esos que mal paren todas las sociedades.
El muro de solidaridad y cooperación frente a eventuales atropellos en contra de los inmigrantes ya se advierte en el reforzamiento de las previsiones y trabajos de las Ciudades Santuario, en las que trabajadores sociales y comunidades norteamericanas refuerzan su apoyo y defensa de los inmigrantes, sobre todo en ciudades fronterizas con México.
A principios de los ochenta, cuando empecé a visitar este país, era común escuchar expresiones raciales despectivas, al estilo “fucking Spanish!”, proferidas por norteamericanos blancos contra esa amplia gama de personas que calificamos como “de color”.
Hoy, producto del periodismo ciudadano, y del trabajo de una prensa no adocenada ante los poderes fácticos, vemos un cambio importante en la generalizada amabilidad y respeto con que se trata la gente, sin importar su pinta racial.
Estuvimos, en el museo Dalí, un rico remanso cultural en St. Petersburg, FL; volví al parque de atracciones Universal Studios, donde interactuamos con miles de norteamericanos; en un concierto que dieron en conjunto los estudiantes de básica, media y high school, de tres escuelas públicas diferentes, en el que para nuestro orgullo fue ejecutante de la viola Enriquito Peña Aquino, de apenas 10 años.
Estuvimos en la refinada Wilmington, Carolina del Norte, ciudad de alta presencia universitaria. Dilcia mi esposa fue a Philadelfia, estuvimos de una día para otro en Lawrence, Massachusetts, y recorrimos de un lado para otro la amigable Jersey City.
En muchas partes estuvimos, y por doquiera vimos el muro de solidaridad, respeto y cordialidad, de comprensión y alerta ciudadana que Trump habrá de enfrentar si intenta hacer realidad algunas de sus amenazas de campaña.
Se le hará muy difícil gobernar si trata de impedir que Estados Unidos continúe exhibiendo su más valiosa divisa, que es ser la promisoria tierra de oportunidades para todos los que aquí viven.