El sábado pasado me vi precisado a viajar a la ciudad de Jarabacoa, donde como decía el anuncio “siempre hay primavera” para asistir al sepelio de la extraordinaria educadora a quien cariñosamente llamábamos doña Blanquita, quien sirvió como maestra de generaciones por más de 60 años entregándose desinteresadamente a la comunidad de tal manera que su casa sirvió de albergue a quien la necesitaba no solo por el cumplimiento del mandato cristiano de enseñar a leer y a escribir, sino también porque mitigó el hambre de los que la necesitaban.
Estuve entrañablemente unido a mi comadre Blanquita porque fue la madrina seleccionada de mi única hija biológica María de Jesús, a quien busqué por los valores humanos y cristianos que la caracterizaron.
En 1957, siendo muy joven, llegué a este pueblo como inspector de Educación y aunque la ley solo me obligaba a visitar las escuelas primarias rurales una vez al mes, me gustaba visitar con frecuencia la Escuela de Pinar Quemado, bajo su dirección, porque me deleitaba y aprendía mucho cuando la veía impartir la docencia con tanta maestría que me permitía asimilar el proceso enseñanza-aprendizaje con facilidad por el dominio magistral con que impartía la docencia.
En 1989, cuando me tocó ser el secretario de Estado de Educación, la llamé para que interrumpiera temporalmente su bien ganada pensión para que aceptara el cargo de directora de la Escuela Primaria Urbana “Manuel Ubaldo Gómez” de Jarabacoa, lo que con gusto aceptó porque su adicción no era otra que dedicarse al noble apostolado de la enseñanza.
La comunidad jarabacoense asistió en masa a su sepelio y el Ayuntamiento, mediante su Resolución 08-2013, declaró dos días de duelo municipal en honor a tan recordada y excelente educadora.
La Comunidad Salesiana, de la cual ella era miembro y el pueblo asistieron a la misa de cuerpo presente que fue oficiada en la Parroquia “María Auxiliadora”, regenteada por ellos.
Hice guardia de honor con mi hija María de Jesús y mi cuñada Cesarina ante el ataúd que contenía sus restos y me pidieron dijera algunas palabras sobre doña Blanquita, lo que hice con mucho gusto.
Terminé mis palabras con los primeros versos de la poesía titulada “Bendición al Maestro”, que dice:
¡Maestra te bendigo por tu vida modesta porque pones las almas infantiles de fiesta!
Porque infiltras al mundo sentimientos más puros, porque inundas en llamas los recintos oscuros.
Para despedirla le canté la canción cristiana:
¡Adiós con el corazón, que con el alma no puedo, y al despedirme de ti de sentimientos me muero!
Comadre: Puedo asegurarle que en usted no se cumplieran los versos del poeta que dicen:
¡Que solos y tristes se quedan los muertos, porque alrededor de su tumba estaremos física o espiritualmente tus hijos de corazón, tus amigos y admiradores, que como yo, apreciamos el gran valor de su obra educativa, moral y espiritual en favor de su querido pueblo de Jarabacoa!
¡Adiós no le digo llorando, pero sangra el corazón!