Si alguien en estos momentos me preguntara si el mercado dominicano es dominado por monopolios, habría respondido que este es el momento más propicio de nuestra historia económica para que el Estado dominicano se ocupara de fomentar la competitividad, si es que éste considera que puede lograrse -y cree que la competición mercológica es productora de beneficios sociales. Pero es también bueno el momento para que la empresa descontinúe su vieja práctica mafiosa de repartir con sus competidores los segmentos de mercado que no cultiva, sino explota.
Con la asesoría del Punto Cuarto que administraba la legación de los Estados Unidos en la República Dominicana, del Banco Interamericano de Desarrollo, del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, del empresariado dominicano, y otros auspicios nacionales e internacionales, el gobierno de transición crea en 1962 la Corporación de Fomento Industrial, con triple propósito.
Primero para que estudiara y decidiera el destino de los recursos incautados al ajusticiado tirano; segundo, para que sentara las bases e iniciara un proceso de industrialización, y, tercero para que fomentara la formación de los profesionales que habría de requerir el proceso de industrialización, adjudicando y administrando un programa de becas estudiantiles que los produjeran, y los asignara, becados, a planteles universitarios y tecnológicos bien acreditados.
Dadas las circunstancias del momento podría decirse que la CFI hizo un gran trabajo. Sin embargo cometió errores de fundamento con el diseño del paquete administrativo que no parece haber señalado reglas de juego claras para que las empresas creadas por emprendedores sin experiencia previa como empresarios o sin suficiente garantía de capital, pagaran los financiamientos que la CFI les concedió, dentro de los lapsos acordados, sino cuando les viniera en gana.
Tampoco extendió una adecuada vigilancia para asegurar correctas valoraciones de equipos, adecuación tecnológica de los sistemas de producción, ni la correspondencia entre lo recibido y lo reportado.
Así implantado el sistema, era fácil dentro de un programa inicial de sustitución de importaciones, que alguien adquiriera por centavos unos equipos obsoletos y los trajera y contabilizara como del valor del financiamiento y la empresa financiada totalmente con recursos o garantías del Estado naciera sin la capacidad de ser competitiva.
Y viene el más grave error, el que fomenta el monopolio y condena al mercado a pagar los platos rotos subsidiando a través de precios altos e injustos la ineficiencia de la empresa recién creada y la falta de diseño de controles en un programa hecho a la carrera. Se permitió al empresario ya existente a vetar la creación y el financiamiento de empresas competidoras. Craso error que devino en la existencia de abusivos monopolios en todos los sectores industriales. l