Terminé mi artículo del viernes resaltando cómo en las pasadas elecciones el PLD dejó de ser una formación política para transfigurarse en la estructura del Estado.En estos días los miembros del comité político Temístocles Montás, Reinaldo Pared Pérez y Franklin Almeyda han expuesto criterios que reflejan esa transfiguración.
Transfiguración no, me corrijo: lo del PLD es una metamorfosis, pues como en el relato de Franz Kafka -en el que un ser humano despierta convertido en un monstruoso insecto- en ese partido se produce una transformación, más que cambios aparentes.
El PLD se ha metamorfoseado al extremo de que su influencia política reside en que como Estado tiene amarres clientelares que pone a mucha gente a depender de su condición de principal empleador, proveedor de asistencialismo económico y social, administrador de penalidades e incentivos fiscales, primer comprador y rentista de los bienes y servicios públicos y contratador de construcciones por valor de miles de millones de pesos.
El liderazgo del partido, que antes desempeñaron Juan Bosch y Leonel Fernández, hoy lo ocupa el jefe de Estado y de gobierno. La presidencia del partido, ostentada por el expresidente Fernández, es una mera formalidad: Quien manda e impone las decisiones que formalizan los organismos, es el presidente Danilo Medina, como la recomposición para asegurarle mayoría decisoria y en la aprobación de su reforma constitucional reeleccionista.
La hegemonía del presidente Medina en el partido no se debe al carisma o capacidad de persuasión, como ocurría con Bosch y Fernández. Danilo ha expresado que no le interesa “ser líder”. Su control sobre los organismos y la dirigencia se debe a que como jefe del gobierno y de Estado es quien reparte puestos de ministros, viceministros, directores generales, incumbentes de organismos descentralizados, consulados, embajadas, etc.
Las organizaciones gobernantes que hemos tenido desde 1966 han sacado provecho político de la administración del Estado, pero jamás habíamos tenido la conversión de una formación partidaria en aparato estatal.
La pasada campaña no fue comandada por líderes nacionales o provinciales sino encargada a dependencias gubernamentales por provincia, según reportó la prensa. De hecho, en esa campaña no se estableció una sede o comando electoral, como hacen los partidos.
Y en las caravanas del presidente-candidato participaban sobre todo funcionarios y personal estatal, o gente pagada. No se observaba a dirigentes y militantes del partido.
En realidad ya el PLD no tiene estructuras partidarias intermedias y de base. Quienes viajan por el país pueden observar sus locales cerrados o desiertos. No tiene presencia alguna en los barrios.
Todas esas manifestaciones del proceso de desaparición del PLD como partido político, y su conversión en aparato estatal son sólo parte de un conjunto de desviaciones que vienen ocurriendo desde hace años. En un próximo artículo completaré mi observación sobre este proceso que se da en el PLD, cuya permanencia en el gobierno en 20 de los últimos 25 años parece haberlo sometido a una metamorfosis en la que parece haber llegado a un punto de no retorno.