La migración ha sido característica biológica durante millones de años. Migran aves, peces, anfibios, cetáceos, ofidios; migra el hombre. Migran naciones. Algunos inician su existencia migrando para retornar a sus cunas cuando les corresponda producir generaciones nuevas. Todos se trasladan bajo la acechanza de otros animales que los aprovechan para mantenerse vivos, también razón del migrante, que hace del fenómeno una viva y dinámica imagen de la lucha por la subsistencia.
Podría ser que todos los humanos del planeta Tierra provengamos de oleadas migratorias de una especie del homo habilis que surgió a la luz en la sabana africana, cada vez que allí se hizo perentoria la subsistencia de sus tribus de recolectores, cazadores, pescadores, y ceramistas.
Pero esta isla de nuestros amores fue poblada originalmente por tribus navegantes provenientes de la cuenca del Orinoco, de la península de la Florida, de Belice, de Guatemala, de Yucatán. También de navegantes españoles que trajeron sus bozales, de portugueses, franceses y holandeses, y más tarde de africanos secuestrados por europeos y vendidos como mano de obra esclava, de haitianos, afronorteamericanos, cubanos, borincanos, antillanos británicos, y de muchas otras naciones.
Con el auge de la industria azucarera durante el gobierno de Lilís, que se dio principalmente en Azua, el Maniel, San Cristóbal, Santo Domingo, San Pedro de Macorís y Puerto Plata, hubo migración interna, porque el azúcar necesitaba de una gran cantidad de obreros agrícolas e industriales. También hubo migraciones de cubanos, borincanos, y de otras islas caribeñas que aportaron capital financiero y tecnológico, atraídos por la altísima productividad de la tierra dominicana en la producción de azúcar.
El auge de la industria azucarera nos trajo al inmigrante indocumentado, que salía de la nación vecina, que nos han llegado siempre carentes de documentos legales. Sabemos que son personas porque los podemos percibir a través de los sentidos; pero no existen, porque nacen en el limbo, en el mismo limbo crecen, y para ganarse el sustento emigran a otro país que no les exige documentación, pero cuando tienen descendencia, ellos y sus proles permanecen en el limbo, porque siguen sin documentar. ¿De dónde es el indocumentado? El fardo de la prueba judicial no la tiene el procesado. La tienen los acusadores o la fiscalía.
Desafortunadamente casi nunca se lleva al indocumentado a juicio de deportación. Simplemente se le monta a un camión como si se tratase de ganado y se le transporta hasta un portón fronterizo, en práctica administrativa irrespetuosa de la ley y de los procesos judiciales, como si en la República Dominicana el Poder Judicial no fuera autónomo.
La soberanía nacional no puede esgrimirse como excusa en causas carentes de justeza ni para la comisión de actos innobles ni para irrespetar los derechos del hombre. La soberanía no es licencia que torne a virtud el discrimen, la desconsideración, la inhumanidad, el desprecio, el odio, ni el racismo.