No cabe dudas de que vivimos en una sociedad que anida a ciertos malos dominicanos para quienes las mentiras y el chantaje se han convertido en el negocio más lucrativo.No puedo decir que me asombré al oír a un pseudo-comunicador decir, cuando comentaba sobre un informe muy bien elaborado de un político, reclamar vulgarmente que le enviara “lo suyo” (la mordida, el peaje o la coima) en un sobre.
Otros, que pretenden pasar como ovejas, disfrazándose de cristianos, pero revelando sus escasos valores, desarrollan su capacidad de mentir y chantajear. Para el Papa Francisco un cristiano sin alegría o no es cristiano o está enfermo.
Dice el Santo Padre: “Hay cristianos con cara de pepinillo en vinagre”. Sin duda una persona que se pase las mañanas insultando a los demás no puede ser feliz y su cara, sin duda, será la del pepinillo avinagrado.
La semana pasada el escritor y periodista Miguel Guerrero se refería en su columna, bajo el título “El chantaje mediático”, a una llamada que recibió de un empresario sobre algo que no lo dejaba dormir. Los ataques que se le hacían por un medio electrónico eran cada vez más frecuentes, hasta que llegó un mensajero con una oferta de paz. Prometió pensarlo y dejó pasar el tiempo, ya que los ataques habían cesado. Poco tiempo después los ataques fueron aun mayores.
Esto, realmente, preocupó al empresario, que llamó a Miguel Guerrero para preguntarle qué hacer, a lo que este le respondió: “Sólo tienes dos opciones, denunciarlos o pagarles”. El empresario respondió que no podía hacer ninguna de las dos y Miguel, un periodista independiente, sin pelos en la lengua, le contestó: “Pues jódete”.
A pesar de que muchos saben quienes son los artífices del chantaje radiofónico, optan por callar y pagar. ¿No será este un precio que lamentaremos en un futuro no muy lejano?
Los culpables de esto somos gobierno y empresarios. Hemos preferido pagar a enfrentar el chantaje, incluso algunos pagan con el objetivo de no ser mencionados ni en bien ni en mal.
Esto no solo afecta a quienes son obligados a pagar mediante chantaje. También impacta en la credibilidad del sector de la comunicación, integrado por periodistas que, en su mayoría, son personas honestas. Y estos deben sentirse igual de molestos que muchos empresarios cuando se hacen críticas generalizadas y nos quieren meter en el mismo saco a todos.
La industria del chantaje ha querido conectarme como cabeza de la oposición a las compras por Internet. He dicho miles de veces que este fenómeno de mercado es una tendencia inevitable; es parecido a la tendencia a leer libros en las tabletas.
Reitero que las compras por Internet no afectan mis negocios, a pesar de las barbaridades que los mismos reyes del chantaje han dicho. Sostengo que, más que afectarme, es algo que no solo debe preocuparme a mí, pues muchos países han tomado medidas por el impacto que están teniendo internamente las online, que desplazan empleos y reducen ingresos al presupuesto.
Si nos creemos que esto es sostenible en el tiempo, estamos equivocados. Aunque todos somos compradores por Internet, una facilidad que en su momento benefició a una clase media cargada de impuestos, se abusó al punto de llegar a convertir los envíos expresos en una enorme competencia desleal.
En ese escenario, algunos courier que se presentan como redentores de la clase media, fueron precisamente los que por su prácticas comerciales cuestionables obligaron a las autoridades a tomar una decisión sobre las compras por Internet, que ha creado ciertas controversias.
Recientemente –y con la relación al debate de las compras por Internet- llegó a mis manos una carta, bajo el título “Desmontando mentiras”, de un mediano empresario que dice estar cansado de la discusión de los famosos 200 dólares por Internet.
Molesto por, como bien dice, las acusaciones infundadas hacia los que se ganan la vida generando riqueza y empleos, por pocos que estos sean, expone la posición de muchos comerciantes pequeños que luego de trabajar largas horas apenas ganan para cobrar un sueldo.
Con justeza dice que en su negocio tiene que pagar el 38% de arancel e ITBIS, más todos los impuestos que se agregan a una empresa, más sin embargo, si lo hace como persona física, no paga nada.
Aquí copio un fragmento de la carta: “El ser humano por naturaleza trata de sacar ventajas, debido a que con la medida de los US$200, los couriers han creado una serie de mecanismos sistemáticos de facturas falsas, venta de bienes (se supone que un courier es solo un transportista y no puede venderle bienes a los clientes) cuentas “fantasmas” para dividir los pedidos grandes en sub-pedidos de menor valor” y muchos más argumentos que, aun siendo realidad, entiendo no representan la totalidad de los couriers porque nunca he creído en que un sector es bueno o malo en su conjunto, pero que sin duda distorsionaron la facilidad.
El empresario hace una distribución de costos para desmontar la falacia de que los productos que se venden localmente superan los precios de los comprados por Internet en un 200%. De ser esto cierto, el 38% de tributos no sería un obstáculo, pues los consumidores seguirían comprando más barato.
Tengo el convencimiento que podemos sacar siempre algo positivo de cualquier circunstancia. Lo primero es que no podemos dejar que esta sociedad se rija por un grupo de chantajistas, que se venden al mejor postor. Segundo, es necesario buscar caminos para hacer la economía menos costosa, que desarrolle pequeños y medianos negocios, que permita que los productos lleguen más baratos al consumidor.
Cabe resaltar que esto no ocurre porque los comerciantes son explotadores, sino porque la carga de impuestos y la ineficiencia de la propia economía encarece los bienes y servicios mucho más allá de su precio original.
Ojalá muchos más se animen a expresarse como el empresario de la carta y que quienes son víctimas del chantaje opten por enfrentar ese mal que corroe a la sociedad. Este es un país especial, en el que a pesar de las dificultades mantenemos el apego al humor y a todo le buscamos la cara cómica.
Pero eso no basta; es necesario profundizar en las causas que no permiten el crecimiento de negocios pequeños, motor de la economía y plantear salidas a una clase media que se siente arrinconada, cuando debía ser todo lo contrario: una esfera social pujante, en constante crecimiento.