Una vez encontré un escrito donde decía cuáles eran las cosas más valiosas que una persona podía poseer y que no se podían comprar con dinero.
El escrito pretendía establecer que aunque alguien tenga dinero para comprar medicinas, no puede comprar la salud, ni la tranquilidad, ni la paz.
Explicaba que comprar libros y pagar cursos y universidades, inclusive, convertirse en profesional, no te hacía más inteligente, sobre todo, en un país como el nuestro, donde a cualquiera le otorgan un título de licenciado o doctor y ejerce su carrera de manera mediocre, gracias a la indulgencia de sus superiores, pero que como en el fondo están conscientes de sus múltiples limitaciones, se ven más presionados que el resto de sus compañeros a la hora de cumplir con un trabajo y con una posición para la que saben que no están capacitados.
Pero eso es pan nuestro de cada día.
En realidad, lo importante es dejar claro, que ni el dinero, ni los puestos ejecutivos que parecen haber caído del cielo, ni los títulos universitarios, nos hacen inteligentes, capaces y felices. Muchas veces nos equivocamos buscando afanosamente aquello que deseamos y que no tenemos, ignorando a quienes nos rodean, aquellos que siempre están para nosotros.
No les damos el valor a las cosas que recibimos y cuando las tiramos porque ya tenemos otras nuevas, alguien las recoge y las cuida como lo más preciado.
Antes de suplirnos de cosas, muchas veces innecesarias, es preciso mirar dentro de nosotros y dar gracias por lo que tenemos, pero sobre todo, por quienes somos, por nuestras capacidades, por los afectos verdaderos con que contamos, por las horas de alegría, por la familia, por el amor de nuestros padres, hermanos, hijos, amigos, y hasta por la actitud hostil de aquellos que nos detestan, a veces por el simple hecho de querer ser como nosotros y sencillamente no poder alcanzarnos, olvidando que cada quien tiene su propio valor y aunque tenga múltiples limitaciones, también posee capacidades, y que el camino a la meta, siempre será más corto si no se pierde el tiempo mirando y lamentado lo que los demás han alcanzado, dejándose convertir en un derrotado por el talento ajeno.l