Paradójicamente el escándalo de corrupción más grande que ha ocurrido en los últimos tiempos en Latinoamérica, por sus características de red de corrupción internacional, los montos involucrados y las evidencias hechas públicas en distintos procesos judiciales en Brasil y los Estados Unidos de América, podría significar la oportunidad de un cambio en el modus operandi de la política y los negocios en la región, que muchas veces son la misma cosa.
Aunque era un secreto a voces que la predilección por ODEBRECHT de distintos gobiernos, incluyendo el nuestro, no era mera casualidad que esta empresa manejaba cifras millonarias para conseguir sus contratos y que funcionarios que habían ejecutado acuerdos de obras con la misma habían aumentado significativamente sus patrimonios y celebraban impunemente sus fortunas; la propaganda gubernamental, el miedo a ir en contra del poder político y económico, así como la apatía y la ignorancia, hacían que esto fuera preocupación de unos cuantos.
El resultado de la investigación llevada a cabo por el Departamento de Justicia sacudió los cimientes y de pronto los ciegos ven y los sordos escuchan en este país, lo que ha forzado a nuestro débil Poder Judicial a abrir una investigación que a la fecha luce timorata y pueril, y ha sacado de su confort al gobierno, que intenta salir de la situación con la designación de una Comisión cuya integración y legitimidad ha sido muy cuestionada y con una estrategia de comunicaciones tendente a justificar la obra principal de Punta Catalina y a desacreditar la marcha ciudadana por el fin de la impunidad, estrategia que luce tener poco impacto ante la gravedad de los hechos.
Con sobradas razones la gente está indignada, asqueada, disgustada y dispuesta a exigir sanciones y el fin de una impunidad que ha castigado el pasado y el presente de este país, y que de no hacerse un cambio sustancial, castrará también nuestro futuro. Y no es solo la gente que se expresa en las redes sociales o la que decidirá sumarse a la convocatoria de una marcha, sino también aquellos cuyas voces generalmente no se hacen sentir pero cuyo enojo es elocuente.
Nunca es más oscuro que cuando va a amanecer y por eso esta situación podría convertirse en la ocasión para desmontar el sistema de corrupción, de tráfico de influencias, de impunidad, de clientelismo y de manipulación de la opinión pública que han construido algunos de nuestros políticos y gobernantes.
Pero esto no ocurrirá solo, es necesaria la acción de la gente, del ciudadano común que tiene que empoderarse y atreverse a exigir cumplimiento de la ley, investigación imparcial y sanción para los culpables. Y poco importa si oportunistas o políticos se suman a esta acción o simulan hacerlo, pues lo que cuenta es el sentir popular de que se requiere un cambio y de que estamos dispuestos a luchar por el mismo, a la vez que decididos a no seguir aceptando una justicia complaciente, unas autoridades intocables y un partido de gobierno todopoderoso.
Por eso debemos exigir sin cansarnos, marchar juntos aunque nos duelan los pies y luchar hasta provocar el rompimiento de un pernicioso, rentable y peligroso sistema que ha hecho de la política el modo más rápido y seguro para enriquecerse, del Estado la presa predilecta de la corrupción, de la ley una regla que se impone solo a algunos, de la justicia una complaciente balanza que solo se inclina ante los débiles.
Marchemos en nuestros hogares, en nuestros trabajos, en nuestras iglesias, en nuestros clubes, y en todos los espacios en que interactuamos, porque marchar es mucho más que caminar un día por una causa, es hacerlo todos los días hasta lograr el objetivo.