Muchos inviernos atrás, la llegada de diciembre era toda una fiesta. El solo hecho de que se acercara la Navidad, la llegada de Santa, los arbolitos, las frutas de temporada, la reunión familiar, la espera de un nuevo año y con él la tan anhelada visita de los Reyes Magos, era motivo de felicidad.
El cambio del clima, que obligaba a cambiar la moda, y la alegría que invadía todos los espacios, le ponía música y colores a la casa.
Eran tiempos de felicidad total. Fueron los años en que se escribieron las páginas más hermosas de mi vida y estoy segura que también de la vida de mis hermanos.
En casa contábamos los días. La primera alegría: El cierre de las clases y las esperadas vacaciones de invierno. Estar todo el día en la casa, corriendo, saltando, haciendo toda clase de travesuras. En verdad debía ser un dolor de cabeza para mami.
Sentarnos juntos en la mesa para almorzar o cenar, era algo de todos los días, por lo que la alegría de la Nochebuena, radicaba en algo más que compartir la mesa en familia. La mayor alegría la traían los regalos de Navidad, que cada año, “Santa” dejaba al pie del árbol.
La noche vieja, ese último anochecer del año que termina, era un acontecimiento. Poder esperar el amanecer para desearles lo mejor a nuestros seres queridos, era un suceso que nadie quería perderse, además de que ningún otro día del año estaba permitido pasar de las nueve de la noche fuera de la cama.
El momento culminante era el espectáculo de fuegos artificiales organizado por mi papi.
Nunca olvidaré lo mucho que nos enojábamos porque él no nos permitía encender los diferentes juegos pirotécnicos que compraba. En nuestra inocencia no comprendíamos que era para protegernos, porque los niños no “manipulan esos artefactos”. Por eso debíamos conformarnos con ver los destellos de colores en el cielo. Un espectáculo que disfrutaban nuestros vecinos y sus hijos.
Hoy veo a mis chiquitas vivir la emoción de diciembre. Las veo y me veo en ellas, mientras escriben con discreción una cartita para Santa, que cada año es más extensa.
Las veo y su alegría me devuelve a mi infancia, a esa etapa irrepetible, a esos años que atesoro. Afortunadamente puedo recurrir a esas páginas del alma cada vez que el presente se torna en un mar tormentoso de dolor y sufrimientos.