Si bien es cierto que en la vida es bueno ser agradecido y tratar de estar feliz con lo que se tiene, tolerar y respetar a los demás, aunque su proceder y nivel educativo deje mucho que desear, no es menos cierto que ésta, la vida, que se supone una bendición, un regalo divino, lo más valioso que posee una persona y, como dicen en justicia, “el bien más preciado” de todos, es una mezcla de todo lo bueno, agradable y generador de alegría, con todo lo malo, negativo y triste.
A través del paso de los años se hacen incontables las sonrisas que hemos brindado y recibido, pero también las lágrimas y malos ratos por los que hemos atravesado. Aun así, debemos agradecer por lo bueno y respirar aliviados, porque lo malo pudo haber sido peor. Para no ir muy lejos, en el entorno familiar la llegada de los hijos es el punto máximo de la felicidad, sin embrago, perder un hijo es tan indescriptible para quienes lo han sufrido, que ni siquiera un nombre existe para definirlo, como sucede con el hijo que pierde al padre, que será huérfano, o la esposa que pierde al marido, que en lo adelante será “viuda”. Tampoco existe un término para definir a quienes hemos perdido un hermano. Pienso que en ambos casos se pierde una parte de sí mismo. Aunque siempre se diga que la ley de la vida es que con el pasar del tiempo las personas se desarrollen, hagan familia, envejezcan y mueran, es muy duro para cualquier hijo ver a sus padres morir.
Quizás, para aquellos cuyos progenitores se encuentran en una avanzada edad, verlos disminuir sus fuerzas, avanzar lento, sosteniéndose de las paredes para caminar, es algo a lo que ya se han acostumbrado, pero antes, cuando este proceso estaba en su etapa inicial, debió ser algo muy triste. Ver tan disminuidas las energías, la alegría y las fuerzas de aquellos que un día nos sostuvieron en sus brazos, nos levantaron, nos encaminaron, fueron nuestro soporte, aquellos sin cuyas fuerzas no habríamos podido dar ni un paso, hoy apenas pueden sostenerse en pie, debe ser uno de los mayores dolores que le puede causar la vida a los hijos que en verdad aman a sus padres.
Al tratarse de una situación por la que muchos, inevitablemente, pasaremos, solo debemos pedirle a Dios que nos llene de amor y comprensión para cuidarlos con igual devoción y desvelo con que ellos lo hicieron con nosotros, en su momento.