“Jesús les dijo: ‘¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?’”.
Lc. 24: 25, 26.
Jesús conocía la historia que inició con su nacimiento. Sabía cómo, cuándo y dónde moriría. Sabía que su existencia era una misión: La salvación de la humanidad, la salvación de tu alma y de la mía. Conocedor de lo que iba a ocurrir, dejó todo listo, encomiendas y predijo lo que habría de ocurrir e incluso, como un padre o como un hermano mayor, dio paz y esperanza a sus discípulos: “No los dejaré huérfanos; vendré por ustedes… El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Jn. 14: 18-20). Estas son palabras vivas, imperecederas, lo mismo para sus discípulos que para nosotros. Nuestra esperanza está en Jesús.