“Yo piché toda mi carrera con un dolor terrible en el brazo”

Mario Melvin Soto jugaba por diversión, solo por pasar el rato, compartir con sus amigos y tratar de parecerse a los ídolos de su infancia del béisbol profesional.

Mario Melvin Soto jugaba por diversión, solo por pasar el rato, compartir con sus amigos y tratar de parecerse a los ídolos de su infancia del béisbol profesional. Habría firmado hasta sin paga, pero recibió mil dólares por el contrato de su firma.

Es así como comienza su carrera y a escribir su nombre en las páginas del deporte del guante, el bate y la pelota.

Al principio, batear no se le daba muy bien, y para colmo de males, tampoco corría mucho. Por ser disciplinado, se dejó guiar y probó suerte pichando. Fue desde esa posición que alcanzó la fama. En los primeros años de su carrera sufrió una lesión y pensó que todo había acabado, pero logró superarlo gracias a que supo escuchar consejos.

1. Hijo de guardia
Nací en Baní. Hijo de guardia. Tú sabes que los hijos de guardia somos de diferentes madres. Mi madre aún vive, pero mi padre murió hace unos años. Somos tres hermanos de padre y madre, tengo cuatro de padre. Mi padre se llamaba Julio Martínez, por muchos años perteneció al Ejército Nacional y mi mamá se llama Martha Soto. Desde pequeño iba a la escuela, jugaba béisbol y trabajaba. Me crié entre Palmar de Ocoa y Sabana Buey. Después nos mudamos a Caldera, a la Base Naval, hasta que nos mudamos a Baní. En Caldera fue donde más me dediqué a jugar, aunque nunca dejé de trabajar. Yo vivía con mi mamá. Mi madre les lavaba la ropa a los marinos en la Base de Caldera. Así nos crió. Ya luego cuando nos mudamos al pueblo de Baní, como a la edad de 10 ó 12 años, yo trabajaba en el campo, pero al mudarme en Baní, comencé a trabajar albañilería.

2. Albañil
Yo jugaba, pero en un momento debí parar porque tenía que trabajar, porque mi mamá trabajaba y yo decidí ponerme a trabajar para ayudarla. Además, ya uno comenzaba a hacerse jovencito, adolescente y uno necesitaba, y mi mamá no podía darnos. Ella nos daba el sustento, pero el extra no podía. Yo era un albañil cuando firmé. Sé trabajar todo lo que es albañilería. Ahí fui combinando el trabajo y la práctica del béisbol, pero en un momento me detuve, porque el trabajo de lunes a sábado era muy agotador.

3.Militar
Estuve a punto de engancharme a la Marina de Guerra como pelotero, buscando trabajar menos. En Baní hay un señor que se llama Juan Melo, que representó al país mucho tiempo como pitcher y él era que prácticamente ayudaba más a los jugadores jóvenes. Es de los pocos pitcher que le ganó a Cuba. Entonces el practicaba con nosotros allá en el pueblo y un amigo una vez me dijo que yo debía seguir practicando, y yo le decía que tenía que seguir trabajando, pero me hice el espacio para practicar cuando podía. En ese tiempo uno no pensaba en el profesionalismo. Nosotros jugábamos por diversión, viajábamos por todo el país. Los domingos jugábamos. Ahora es diferente, los padres llevan a sus hijos desde pequeños a jugar y los ponen a pensar en el profesionalismo, pero nosotros no pensábamos en eso, hasta que te ponían a trabajar con un scouts. En ese tiempo eso era lo más grande.

4. Los ídolos de la infancia
Yo era escogidista, era un enfermo escogidista. En esos campos había uno o dos raditos, y en Caldera había una sola calle asfaltada, que era la calle principal, la que daba a la base; y nosotros, a la una de la mañana estábamos sentados en el medio de la calle, un grupo, escuchando los juegos. En ese tiempo Juan Marichal era el gran ídolo, pero también estaban los Alou. Toda esa gente del Escogido eran los que uno seguía. En mi carrera y en mi vida, todo fue y ha sido de suerte. Cuando me firmaron, me trajeron al país a practicar con el Licey, y yo decía: “Ay Dios mío, qué hago yo aquí”. Entonces un día, que iban a jugar Licey y Escogido, aunque yo vine a practicar con el Licey, le dije al scout que me firmó que yo quería jugar con el Escogido, y ahí comienza mi historia con el Escogido.

5. El Pitcher
Yo era catcher. Nunca había pichado. Entonces, Moñita, que es como le dicen a Juan Melo, practicábamos con él, Luis Pujols y yo, pero ninguno de los dos bateábamos; pero Pujols se dio bueno como cátcher y un día Juan Melo me subió a la lomita y me dijo: “vamos a ponerte a pichar”, porque ya habíamos practicado con los scouts, como catcher, pero yo era malo bateando y no corría. Recuerdo que vinimos a la Base Naval 27 de Febrero con unos scouts, a practicar. Yo tenía un buen brazo y por eso ese día Moñita me puso a pichar. Entonces cambiaba de posición. Pichaba en la mañana y catcheaba en la tarde. Tenía como 17 ó 18 años. Los domingos comenzaron los scouts a visitar y a interesarse por uno, ya como pitcher, y un día me ofrecieron mil dólares y yo vi el cielo abierto, aunque yo hubiese firmado por nada, porque en verdad, ya el trabajo de albañilería, a esa edad era muy fuerte. Entonces uno trabajaba para estar cansado. Yo me ganaba siete pesos y medio a la semana, le daba cuatro a mi mamá y me quedaba con tres y medio.

6. “scrambled eggs”
Después que me firmaron, me tuve que ir del país y eso fue fuerte. En ese tiempo a uno lo firmaban y uno viajaba de una vez. Yo recuerdo que cuando me trajeron a la capital, me trajeron al Hotel El Embajador y yo recuerdo que para mí lo más grande fue cuando vi un elevador. Yo nunca había visto un ascensor en mi vida. Y si me quería morir cuando me subieron en eso, imagínate tú cuando yo me subí en un avión. Una parte muy difícil fue el idioma. Uno sabía algunas palabras, pero yo tuve la ventaja de siempre estar rodeado de los americanos, porque yo decía que tenía que aprender. Yo les enseñaba una palabra y ellos me enseñaban otra. Así fui aprendiendo. Me pasó un caso que tuve que aprender rápido a pedir comida, porque la persona que nos ordenaba el desayuno, como era un veterano, una noche se fue de rumba, cuando el vino a llegar ya teníamos que subirnos en el autobús para irnos al campo de entrenamiento, y yo le dije: enséñame a pedir “scrambled eggs” (huevos revueltos). Después de eso, más nunca me quedé sin desayunar.

7. Lesionado
Tuve una lesión que pensé que más nunca iba a poder jugar. Primero, en mi tercer año, tuve una lesión en el codo de mi brazo de lanzar y yo lo rebasé y pude volver a pichar, recobrar mi carrera. Pero con la lesión vine para acá y pensé que nunca más iba a jugar y me puse a pensar que iba a tener que volver a trabajar albañilería, y era terrible solo pensarlo. Después cuando vi que pude regresar, que no me botaron por eso, siempre decía que yo tenía que tener aunque fuera 50 dólares en los bolsillos, porque si me botaban yo no iba a volver para acá a trabajar albañilería, yo mejor me iba para Nueva York a cargar sacos, pero gracias a Dios no me botaron.

8. La madre sabía de béisbol
Mi mamá no era fanática, me la llevaba a Cincinnati, a ella y a mi hermana. Pero un día ella se incomodó muchísimo con Pedro Guerrero. Sucede que Pedro, es mi compadre y siempre comíamos juntos en la casa de uno y del otro; entonces, un día, yo no sabía que ella entendía un poco de pelota, ella estaba en el play, estaba pichando y Pedro me dio un doble y al otro día cuando Pedro fue a casa a comer, cuando él la saludó ella le dijo: “Yo lo que le puedo es echar veneno en la comida”, y nos reímos muchísimo. Nos dimos cuenta que la mujer entendía el juego.

9. Matrimonio
Para mí fue un poco difícil hacer familia. Me casé cuando ya yo era un pelotero hecho y derecho en las Grandes Ligas, pero tuve la suerte de encontrar una muchacha en Baní. Yo tenía un amigo al que le decía: “Mi hermano ponte a mirar por ahí alguna muchacha que no esté en el medio”. Porque yo odiaba pensar en casarme con una muchacha del medio o que algún amigo mío haya sido su novio. Un día antes de yo venir, me dijo que había una, que yo tenía que verla, y recuerdo que llegué como un día dos o tres de octubre. Ella vivía con una hermana que no la dejaba salir para ningún lado. No te puedo decir cómo fue que yo me metí en esa casa, lo que sé es que me metí y me senté en la galería. Ella se llama Jacqueline Arias. El 20 de noviembre, nos fuimos para la discoteca, primera vez que a esa muchacha la dejaban salir, y a la una de la mañana le dije: “Bueno, tú no vas para tu casa, porque nosotros nos vamos a casar”. Ella me dijo que yo estaba loco. A esa hora le tocamos la puerta al juez de paz y no me abrió. Duramos un mes de amores, tenemos tres hijos, dos hembras y un varón, un nieto y cerca de 33 años de casados.

10. El retiro
Lo primero es que uno tiene que saber cuando ya no puede y eso va para cualquier trabajo o profesión. Tienes que reconocer que ya no puedes, porque si sigues intentando, vas a hacer el ridículo. Cuando a mí me llegó el momento, y voy a irme atrás un poco, yo pasé trabajo en las Ligas Menores, pero he sido uno de los pocos dominicanos, que de jugar clase A un año, al año siguiente jugué Grandes Ligas. La primera lesión que tuve, no me sacó de la pelota. Yo piché toda mi carrera con un dolor terrible en el brazo, y todavía picho en práctica, con un dolor terrible. Pero sufrí otra lesión en hombro y cuando ocurre, yo tenía un contrato de un millón de dólares para volver, y le dije a mi agente: “yo no puedo”. Yo me había ido para el equipo de los Dodgers de Los Ángeles, cuando Cincinnati me dejó libre, porque el doctor que me hizo la operación, era el doctor de Los Dodgers. Pero no pude regresar ese mismo año a pichar porque el brazo no se me había recuperado. Cuando me llamó mi agente, le dije que no le iba a coger ese dinero a Los Dodgers. Eso fue en el año 1989.

Lugares inhóspitos y buenos consejos

Cuando me firmaron me enviaron a la ciudad de Eugene, en Oregon, allá arriba en el noroeste de Estados Unidos, por allá por Seattle. Ahí no había nadie que hablara español, pero tuve la suerte, y por eso te digo que mi vida ha sido de suerte, que en eso me adoptaron tres peloteros norteamericanos. Ellos me llevaron a vivir con ellos. Ahí me di cuenta por qué algunos peloteros abandonaban y regresaban a su casa. Ahí me di cuenta lo duro que es estar tan lejos, solo y sin conocer el idioma. Pude rebasar eso. Después, el segundo año, me mandaron para Montana, es ahí donde me lastimo el codo y cuando me enviaron para acá. Ahí pensé que el mundo se me iba a acabar. Me enviaron vía Puerto Rico, recuerdo que tenía un soporte en el brazo, tenía 19 años. Ahí me dije: “Ahora si fue verdad que se acabó esto”. Recuerdo que comencé a visitar una discoteca en Baní, porque yo estaba convencido de que todo había terminado para mí. En eso, un amigo, que se llama Pedro Carlos Guerrero, me llamó y me dijo: “Ven acá. Yo te he visto en la discoteca con ese brazo así. Si tú continúas visitando esa discoteca, te van a dar un golpe sin querer y vas a fracasar. Mira cómo yo estoy, por no cuidarme”. (él tiene un problema en una muñeca). Eso me marcó y siempre se lo recuerdo. Yo he tenido mucha gente que me ha dado  muy buenos consejos y que me han ayudado muchísimo. Tú me das un consejo y te escucho, a lo mejor no te digo nada, pero cuando menos lo esperas te digo. “¿Te acuerdas de lo que me dijiste?”. Siempre recuerdo la gente que me ha aconsejado bien y nunca se me olvida. 

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