“Lo mejor de ser sacerdote es estar a la disposición de Dios”

No muy convencido, decidió entrar al seminario. Solo lo hacía porque Dios lo había llamado y al Señor no se le dice que no.

No muy convencido, decidió entrar al seminario. Solo lo hacía porque Dios lo había llamado y al Señor no se le dice que no.Es por eso que, obediente del mandato divino, abrazó la vida religiosa, a la espera de que en cualquier momento le dijeran: “Usted no da para padre”, hacer sus maletas y volver a la vida menos complicada que había disfrutado hasta los 14 años.

Para su sorpresa, conforme se iba adentrando en la vida consagrada a Dios y a la iglesia, no solo encontraba la aprobación del Altísimo y de los demás sacerdotes y obispos, sino que se fue convenciendo de que servir a Dios, a la iglesia y la gente, eran las razones fundamentales de su existencia.

Era esa la misión de vida que se le había encomendado y por nada en el mundo se resistiría, y mejor aún: la cumpliría al pie de la letra, con amor y entusiasmo.
En estos 25 años de ordenación episcopal, trabajando en San Juan de la Maguana, son muchos los logros que puede exhibir, tanto en labor social, como en el cultivo de la fe en esa comunidad, así como la edificación del seminario de esa provincia, donde lo que le ha resultado más difícil, asegura, es hacer que la gente se case por la iglesia.

1. Heredero de la fe
Nací en un campo de Santiago, llamado Guayabal, un lugar que queda como a diez kilómetros de Santiago. Nací en el seno de una familia agricultora. Mis padres: Ramón Antonio Grullón Martínez y María Cristina Estrella de Grullón. Mi papá figura en el libro de los 100 maestros exitosos dominicanos. De papá heredé la dedicación al trabajo, y de mamá, la iniciativa, la creatividad y el cariño hacia los demás. De ambos, heredé la honradez y la fe.

2. Hijo de profesor
Mi papá era profesor, fue fundador de la escuela. Él comenzó alfabetizando adultos, a 25 centavos mensuales. Así puso una escuela y alfabetizó a todos. Después fundó la escuela para los niños. Él se jubiló a los 51 años. Lo obligamos, porque él no quería jubilarse. Fue director de la escuela, director en Loma de Cabrera, inspector de Educación en Jánico, Imbert. También fue Director Regional de Educación y después director de Educación de Adultos. Mi madre también fue educadora. Fue profesora de Economía Doméstica.

3. Madre emprendedora
Mi madre fue una mujer emprendedora. Allá era en carbón que se cocinaba. Entonces, mi mamá le decía a mi papá: “si tuviéramos una nevera no se nos perdería la ensalada y la comida que se pierde por falta de refrigeración. Rindiera más la cosa. Y mi papá le decía: “Ay mi amor, nosotros no podemos comprar una nevera. Ganamos 60 pesos, ¿y si me trasladan de aquí de Puerto Plata? ¿ Y si me cancelan? Para papá era muy difícil meterse en deudas. No había manera de convencerlo. Mi papá era inspector de Educación, iba por todos los campos y regresaba los viernes. Ese viernes, ella lo esperó muy perfumada, y lo abrazó, lo besó y cuando el viejo estaba contentico le dice: “Mon, la nevera…”. Entonces, papá le dijo: “Está bien…vamos a ver”. Cuando llega el lunes, papá se fue para la oficina, y cuando regresa a la casa encuentra la nevera ahí, y dice: “¿y esa nevera?”, y ella le respondió: “oh, tú dijiste está bien”, y él le dijo: “No, yo dije está bien…vamos a ver”, y ella le dijo: “la primera palabra es la que vale”. A ella le fiaban y así fue comprando todo. Mamá era la emprendedora de la casa.

4. Ocho hermanos
Somos ocho hermanos. Una hembra y siete varones. Nos tocaba trabajar a todos en el conuco. Nos tocaba sembrar tabaco, yuca, plátano. Aprendí a hacer todo lo que se hace en el campo y eso para mí fue una experiencia muy buena, porque uno se cría trabajando. La casa es un lugar de unidad y también un lugar de trabajo. Estuve en Guayabal hasta que cursé el tercero de básica, de ahí pasamos a vivir en Imbert, donde mi papá era Inspector de Educación. Ahí duramos dos años. De ahí fuimos a Jánico, ya estaba en séptimo curso, y de Jánico, ya entré al seminario. Cuando les comuniqué a mis padres que me iría para el seminario, ellos lo tomaron muy bien. Porque nosotros somos ocho hermanos. Es decir, que podíamos ser lo que quisiéramos, no hay problema cuando hay tantos, malo es cuando es uno solo, que papá y mamá intervienen.

5. Entre el trabajo y los juegos
Todo muchacho tiene su espíritu. Teníamos que buscar el agua en el río y eso suponía un trabajo y un esfuerzo. Recuerdo que una vez, subiendo la carga en barriles, el animalito se me cae arriba y yo tuve que subirme en una montaña y buscar gente para que me ayudaran a subir los barriles. Esa vida de trabajo también generaba muchas travesuras, echaban a pelear a uno. Recuerdo que me echaron a pelear con otro y me dieron una mordida en la mejilla. Siempre hacíamos deportes. Pero uno a veces se ganaba sus pelitas. Una vez, siendo muy chiquito, pedí un dinerito para jugar un numerito, y me lo gané. Cuando yo me gané eso, dije: “Jumm, eso es Satanás para que yo siga jugando”. Ahí me propuse no jugar más. He tenido la ayuda de Dios, cuando yo cometo una falta de ahí me levanto para no caer más en eso.

6. Si tú eres hombre…
Una vez, viviendo en Imbert, jalé a pelar al hermano mío. Le dije: “si tú eres hombre, vamos a pelear”. Mamá lo oyó y me puso un castigo que todavía lo recuerdo. Mamá ponía castigos y papá daba pelas. Cuando papá llegó a la casa, le dije: “papá quíteme ese castigo. Deme una pela. Y le busqué la correa para que me diera la pela. Y él me dijo: “no, tu mamá habló”. En mi casa lo que decidía uno de los dos, el otro lo respetaba.

7. Búsquense a otro…
La vocación fue surgiendo, primero porque mamá y papá siempre estaban haciendo la oración: “Jesús sumo y eterno sacerdote, envía muchos eternos y sumos sacerdotes a tu iglesia”. Hacer esa oración era una tradición también en casa de mi abuela. Yo fui a la catequesis, como todos los niños, en Guayabal. En ese trayecto un primo me dijo: “José, yo creo que Dios te está llamando para sacerdote”, y yo dije: “ay… que mire para otro lado”, porque me gustaba bailar mucho y mi deseo era casarme para tener mis muchachitos. Ese era mi plan. Otro día, un seminarista me dijo: “José, tú das para padre”, y yo le dije: “ay no. Búsquense a otro”. Recibí un tercer llamado. Un día estaba en Jánico, ya habíamos comprado un toca discos, en ese entonces, en el campo comprar un radio era muy difícil, con ese radio hacíamos unos bailecitos los fines de semana en la casa. Una tarde, yo estaba escuchando un programa de radio, y de pronto, la voz en el radio, dijo: “¿Y qué tú estás esperando?, Dios te está llamando hace mucho, ¿tú lo que estás esperando es que una voz del cielo te llame por tu nombre? No lo esperes, que ya él te lo está diciendo”. Yo miré por la ventana a ver si había alguien más y no había nadie. Entonces me dije que eso era a mí, y ahí me decidí. Recuerdo que para ese entonces estaba organizando una fiesta, porque mi hermana había sido elegida reina de las patronales, también me despedí de la noviecita, eran cosas de muchachitos, le dije: “búscate a otro”, y me fui para el seminario. En ese entonces tenía 14 años.

8. En el seminario
Entré al Seminario Santo Tomás de Aquino cuando tenía 14 años y estaba en octavo curso. Lo más difícil es el primer día, cuando llegas a ese lugar tan grande y tú solo, pero ya cuando comienzan las actividades uno se integra. Después que uno se integra a trabajar, esa es la vida de uno. Son tantas actividades que no te da tiempo ni a pensar. Esa es una vida de estudio y trabajo. Allí realicé el bachillerato, pasé a filosofía, que dura tres años, y comencé un año de magisterio en Santiago. Después el obispo consiguió una beca para irme a Roma y fui a estudiar a Roma, repetí el primero y realicé los cuatro años de Teología. Además, cada vez que había que hacer algo y preguntaban quién podía, yo siempre levantaba la mano. No esperaba que nadie me cogiera delante.

9. De vuelta al país
Cuando llegué de Roma quería pasarme un año visitando todas las parroquias. Mi plan era pasarme 15 días en cada parroquia, conocer la vida de cada sacerdote y de cada parroquia y ver qué se hacía. Yo duré cuatro años fuera y no sabía las cosas que hacía un padre. Solo tenía la teoría de los estudios. Yo quería conocer y comencé en Loma de Cabrera, yo era diácono ya, ahí pasé mis primeros 15 días. En Loma de Cabrera yo aprendí que el sacerdote se vuelve parte de la comunidad en la que se encuentra. En ese entonces recibí una cartita del padre Vinicio Disla, donde me decía que mi ordenación iba a ser el día 13 de diciembre, ya todo estaba organizado. Yo quería pasarme un año como diácono, pero si no me ordenaba en esa ceremonia iba a tener que organizarla yo. Entonces regresé a Santiago, hice una cartita de invitación y ahí me ordené. En mi ordenación, quienes estaban llorando eran mis padres, y yo ni me inmutaba; porque para mí ser sacerdote no era una emoción, para mí ser sacerdote era una misión. Yo no quería entrar al seminario, yo quería casarme y tener mis hijos, pero Dios me llamó y yo cumplí con lo que Él me pidió. Entré al seminario loco porque me dijeran que yo no daba.

10. Yo no doy…
Mientras estaba en el seminario, me metí en el coro, aunque yo no sé cantar. Entonces, un día el director del coro dijo que el que no supiera cantar… que el sacerdote que no supiera cantar, tiene 45 por ciento menos de su eficacia sacerdotal, y ahí me dije: “Ay, pues yo no doy”. Fui rápido, arreglé mi maletica y salí con ella, pero antes pasé por donde el director espiritual, y cuando él me ve me pregunta: “¿y esa maleta?”, y yo le respondo: “Padre me voy”. “¿Y qué pasó?”, me dice él, y le contesto: “Yo me voy para mi casa, yo no doy para esto. El director del coro dijo que el que no sabía cantar no da para sacerdote, y yo no canto, así que yo no doy para esto”, y él me respondió: “Pues yo soy el director espiritual y yo no sé cantar, devuélvase”. Y yo, con el rabito entre las piernas, otra vez deshice mi equipaje. De modo que es Dios el que llama. Mucha gente ha querido ser sacerdote y no ha podido, porque no dan. Eso no es cuestión de querer, eso es cuestión de llamado.

A los 25 años de su ordenación episcopal

Yo ayudé mucho al obispo Roque Adames. Yo era canciller, Vicario general, Vicario de pastoral, podía colaborar muy bien con los obispos y ayudaba a que el clero se llevara bien con el obispo. Yo tenía mi vocación muy definida, además dirigí la pastoral, yo iba en la pastoral delante en la diócesis con el obispo. Es decir, que yo no me daba por ningún obispo. Pero un día, me dijo alguien: “José, mira, tú estás en la lista”. Entonces me fui a hablar con Dios, y le dije: “Señor, recuerda que tenemos un trato tú y yo de que yo no voy a ser obispo.  Así es que mira a ver. Yo no voy a ser obispo, así es que sácame de esa lista”. Pasó un tiempecito y me llamaron para ser obispo, y yo acepté por temor a perder la bendición de Dios. Estos 25 años he tratado de hacerme cercano. Recorro las comunidades para conocer sus necesidades y establecer sus prioridades. Cuando Dios me hizo el llamado para servir en su nombre, le pedí ser un hombre cercano a la gente y a las poblaciones más necesitadas. Lo mejor de ser sacerdote es estar a la disposición de Dios y poder servirle a la gente. En verdad, hay mayor recompensa en dar que en recibir. Hemos enseñado a colaborar y a cooperar para que las comunidades solucionen sus necesidades. La vida es ser, no hacer. Me quedaré en San Juan de la Maguana hasta que Dios quiera. Lo más difícil es que la gente se case por la iglesia. 

Deber
En mi ordenación, quienes estaban llorando eran mis padres, y yo ni me inmutaba; porque para mí ser sacerdote era y es una misión”.

Servicio
“Cuando Dios me hizo el llamado para servir en su nombre, le pedí ser un hombre cercano a la gente y a las poblaciones más necesitadas”.

Llamado
Dios el que llama. Mucha gente ha querido ser sacerdote y no ha podido, porque no dan. Eso no es cuestión de querer, eso es cuestión de llamado”.

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