Sin darse cuenta, su padre le fue inculcando el amor por la Medicina, en la medida en que le hacía consistentes en juegos de doctor e intrumentos de laboratorio. El paso del tiempo no dejó lugar a dudas. Hoy, en esta conversación, explica que por más sacrificada que es la vida de un médico, él no cambiaría por nada la carrera que eligió y que le ha brindado tantas satisfacciones. Amante de los libros, escritor y lector compulsivo, en los próximos días, revelará otra de sus facetas, al presentar una exposición fotográfica, publicará tres nuevos libros de medicina, pero también da los toques finales a un libro de poesía, donde dejará al descubierto su vena romántica.
1. Una infancia feliz
Considero que tuve una infancia feliz. Soy producto de un hogar donde nunca se alzó la voz, donde nunca escuché una palabra altisonante. Mis padres fueron un dechado de dulzura. Mi infancia fue muy buena. Nunca hubo carencias que pudieran generarnos amarguras. Nací en San Cristóbal y a los nueve años vine con mi familia a la ciudad. Fui un buen estudiante, sacaba buenas notas para que me dejaran ir de vacaciones a Salcedo, que era la tierra de madre. Y allá en los Samanes, que era donde quedaba ubicada la casa paterna de mi madre, pasamos unas vacaciones muy agradables. Montábamos caballo en la hacienda Fundación, de Trujillo.
2. Mis padres
José Altagracia Silié y Vaganiona Ruiz. Desde que tengo uso de razón mi padre era abogado y mi madre se dedicó en cuerpo y alma a la crianza de sus tres hijos, de los cuales yo soy el mayor, hay una hembra, Celeste, y el menor, Gustavo. Mi padre aún vive, está lúcido, tiene 94 años y mi madre, ya está en el cielo, debe estar en el cielo, porque era muy buena y amorosa. Tuve unos padres muy amorosos y ejemplares, que predicaban con el ejemplo. Mi padre es uno de los hombres que más libros de ética ha escrito en el país, unos 12 libros y llevó eso a nuestro hogar. Formaron un hogar con mucho amor y respeto. De mi madre extraño su dulzura, su amor, sus buenas comidas. Nos empeñamos en que mi padre no sufra depresión por la desaparición de nuestra madre. Estamos muy cerca de él.
3. Esfuerzo premiado
En el colegio, todas las semanas nos ganamos el boleto para ir al cine el viernes por la noche, por la conducta y la aplicación. Eso nos hacía esforzarnos más en los estudios. En vida estaba mi madrina Rosa Cruz Gómez, que era tía de mi mamá y fue donde mis padres se conocieron, en su casa en San Cristóbal, ir a esa casa los sábados era como ir a DisneyWorld. Allá comíamos almendras.
4. Castigo original
Cada vez que hacíamos alguna travesura o peleábamos entre nosotros, el castigo que nos ponía mi padre era que nos pusiéramos a leer, para nosotros esa era la cosa más desagradable y dolorosa. A veces preferíamos un pescozón. Otra cosa terriblemente dolorosa, era cuando yo me arreglaba para irme al matinée de los domingos a las 10 de la mañana y estaba esperando a mis amigos para irme y mi papá me decía: “amiguito, venga acá, quítese la ropa que usted no va”. Ese era el dolor más grande del mundo para mí, solo comparable al dolor que sentí cuando me dejó la primera novia. Mis padres nunca ejercieron la violencia para corregirnos. Mis padres fueron muy racionales.
5. Compañeros inolvidables
En diferentes etapas de mi vida he tenido muy buenos compañeros, muy solidarios. Recuerdo que a ellos les gustaba ir a estudiar a mi casa, porque mi mamá preparaba unos panes y unos bizcochos exquisitos y ellos siempre querían que fuéramos a estudiar en mi casa. Todavía hoy siempre lo recuerdan y le agradecen a mi madre la hospitalidad con que ella los trataba. Recuerdo una ocasión en que mis amigos y yo construimos una casa con hojas de palma, que era resistente a la lluvia. Esa era la jefatura de la pandilla. Antes no había malicia. Lo más malo que hicimos fue reunir dinero para comprar una botellita de ron Bermúdez y tocamos de a una tapita cada uno, sin embargo, era un problema llegar a casa con aquel tufo. Alguien me dijo que masticando un poco de papel de baño se me iría el olor a alcohol y yo me comí casi un rollo completo y ¡nada! Yo tenía 10 o 12 años. Esa fue la acción más temeraria que cometimos. Me dieron mi buen castigo.
6. El médico
Quien me estimula a ser médico es mi padre, él es abogado, pero en el fondo él quería ser médico, entonces me indujo a mí a serlo. Él lo logró de una manera muy sencilla. Lo hizo comprándome juguetes vinculados, como laboratorios, equipos de médicos, microscopios. Cuando yo tenía siete u ocho años, ya yo tenía cucarachas, lagartos, pollitos disecados en mi laboratorio.
De hecho, yo en mi carrera hice la materia de Histología, que la impartían en laminitas, con un microscopio que era de yo jugar en mi infancia. Luego, ya en el bachillerato yo fui vecino de Marcelino Vélez Santana. Don Marcelino fue uno de los que me influenció y me llevó a estudiar Medicina. Él era alguien a quien yo quería parecerme. Fuimos vecinos muchos años en la calle 30 de Marzo.
7. El neurólogo
Cuando comencé la carrera gané el concurso para ser monitor de la materia de Neuroanatomía y ahí empezó mi amor por la especialidad. Ser monitor era una especie de prestigio, era por concurso, en esa oportunidad concursamos más de cien y ganamos tres. Era un reconocimiento a las buenas calificaciones. Además, así gané mi segundo sueldo, que en ese entonces era de 50 pesos. Eso era mucho dinero, pero con esa cantidad antes yo hacía más de lo que hago con el sueldo de hoy en día. Fui el primer monitor del Intec y luego el doctor Puello Herrera me dejó la cátedra de neuroanatomía.
8. Matrimonio
Conocí a la que hoy es mi esposa, Ingrid Ruiz, fíjate que ella también es Ruiz, pero no somos primos. A esa dama la conocí en el colegio. Ella era muy jovencita. Yo terminaba el bachillerato y ella era compañera de mi hermano, pero nos enamoramos y ya llevamos más de 40 años de casados. Tengo la gran satisfacción de que mis hijos pueden decir de nosotros, lo mismo que yo digo de mis padres. He tratado de hacer con ellos, lo que hicieron conmigo. Ella me ha soportado, no debe ser fácil ser esposa de un médico. A veces estábamos en el vehículo listos para ir a algún paseo y de repente se presentaba una emergencia y tanto ella como nuestros hijos lo entendían perfectamente. He sido y me siento muy afortunado con la familia que tengo.
9. Educador genético
De la parte materna está María Josefa Gómez de Salcedo, tía de mi madre, la escuela lleva su nombre y por la parte paterna, mis tatarabuelos y mis abuelos eran maestros. Nací en un ambiente de enseñanzas y, lógicamente, usted es lo que aprende. Empecé la docencia temprano, a los 18 años, yo era ayudante del profesor de mecanografía en la academia de nuestra familia. También fui profesor de anatomía y biología, también en la academia de la familia. Luego fui monitor en la universidad y más tarde impartí docencia en todas las universidades del país, menos en la PUCMM.
10. Experiencias difíciles
Lo más difícil para un especialista de la Medicina es cada vez que pierde la batalla, cada vez que se nos muere un paciente. Estamos diseñados para ganar la vida. No es cierto eso de que uno se inmuniza, siempre hay una congoja, un desgarro. En mi carrera, uno de los momentos más difíciles fue mi primer año de estudiante en Londres, cuando estaba haciendo mi especialidad. Me tocó un profesor judío que creía que yo era árabe, imagínate el trato que yo recibí. Cada vez que ese señor me paraba frente a un grupo de médicos y enfermeras, me hacía las tres preguntas más difíciles que yo había oído en mi vida, yo comenzaba a gaguear, entre el miedo, el terror y el mal inglés. Yo no me quiero acordar de eso. La soledad también fue muy difícil. No quería que llegaran los viernes en la noche, ni los domingos en las tardes.
Médico hasta el final de la vida
Llega un momento en que física y mentalmente ya uno debe retirarse y dejar paso a las nuevas generaciones, pero mientras yo tenga lucidez y fuerzas, seguiré trabajando. Mientras las fuerzas físicas me lo permitan seguiré ejerciendo mi profesión y disfrutando de mis hobbies. Creo que mientras uno pueda debe seguir aportando. Recuerdo una vez que estaba en alta mar a bordo del yate de un amigo, me dije para mí mismo: “por qué no fui empresario en vez de médico”. Sin embargo, al bajar de la nave me encontré con la sobrina del dueño de ese yate que me dio las gracias porque yo había salvado a su hijo.
Eso me hizo reconfirmar que ciertamente elegí correctamente esta profesión.
Honestamente no tengo frustraciones y siento que son muy pocas las cosas que yo haya hecho y de las que me haya arrepentido. Si tuviera que volver a ser médico lo sería mil veces. Me siento muy satisfecho de mi profesión. Aun me quedan sueños por cumplir, porque pienso que el hombre muere cuando pierde las esperanzas y no tiene metas por alcanzar. Tengo tres pasatiempos, que son escribir poemas, tengo un libro de poemas casi listo, me encanta la música y soy fotógrafo. Junto a mi hijo Omar, tenemos en proyecto presentar una exposición fotográfica, compuesta por imágenes de Manchester y Londres.
También puedo decir que soy adicto a la lectura, para mí, leer es tan necesario como comer cada día. El día que no leo me siento que no he comido, que no me he alimenado.
La exposición fotográfica, en más o menos un mes y medio, estará abierta al público. También pronto tendré mis tres nuevos hijos, que son mis libros, “El cerebro y lo social”, “El cerebro y usted” y “Conozca mejor su cerebro”, estos se unirán a los cinco libros que ya he escrito.