Su vida transcurría apasible, disfrutaba de lo que creía era esencial para vivir feliz, un poco de espaldas a la realidad que vivían aquellos que se negaban a doblegarse al régimen balaguerista de la postdictadura trujillista. Sin embargo, cuando tuvo conciencia, no lo pensó dos veces para irse a las montañas, guiado más por la ilusión de ser parte del cambio, que por la convicción de poder lograrlo. Hoy, Hamlet asegura que el peor castigo fue haber sobrevivido, pues cada vez que alguna madre, esposa o hija de un compañero muerto en combate se le acercaba, sentía en su mirada, la pregunta sin respuesta de ¿Por qué tú y no mi familiar? Es a eso que él llama el síndrome del sobreviviente, quizás la mancha indeleble que queda en la memoria de todos aquellos que van a la guerra.
1. Los primeros años
Nací en la casa en la que actualmente vivo. Eso es algo muy raro, que la gente pueda nacer y vivir en la misma casa durante tanto tiempo y más con una vida tan agitada como la mía, que me ha llevado a vivir en diferentes países. En un momento determinado yo convencí a mamá de que me permitiera rediseñar la casa. Yo estimo que debió haber sido construida por allá por el 1922. Entonces la reformé, la rediseñé y ahí vivo todavía. Durante mi infancia, mi casa no estaba al frente del Palacio Nacional, como ahora; ahora mismo vivo en la calle Moisés García número 04, en Gazcue, pero mi infancia transcurre teniendo en frente el Centro de Enseñanza del Ejército Nacional. Lo que veíamos todo el día eran guardias y sus familiares que iban los fines de semana a llevarles la ropa.
2. Mis padres
Dardo Hermann Consonni, nacido en Argentina, y Ofelia Pérez Peña, nacida en Santo Domingo. Nunca me dieron una pela. Mi papá era un hombre muy culto, vino al país en 1927 y se quedó aquí. Era un empresario teatral, conoció a mi mamá y se enamoraron. Era un hombre con una cultura muy amplia, yo no pude descubrir entre sus papeles ni siquiera un certificado de “Ya sé leer”, ni un certificado de primaria, ni de secundaria, pero era el hombre más culto que había en este país en los años 30, según Juan Bosch. Nosotros teníamos una posición económica privilegiada, pero hay que entender lo siguiente, la diferencia entre la riqueza y la pobreza era muy poca, casi todos estudiábamos en las mismas escuelas. Había diferencia, pero no la diferencia abismal que hay ahora.
3. Niño travieso
Una vez, como a los 10 años, en el colegio nos pusieron una tarea y otro amigo y yo no la hicimos, no sé porque, a lo mejor por estar vagabundeando por ahí. Antes, uno hacia las tareas y las ponía en un buzón, entonces, el amigo y yo prendimos papel y lo tiramos dentro del buzón del correo para que se quemaran las tareas de los otros y por poco caemos presos, porque nos vieron cuando lo hicimos. Eso fue terrible.
4. Conciencia social
Ya tenía un hijo, cuando me fui a Chicago, en los Estados Unidos y es allá donde yo empiezo a formarme una conciencia política. Yo no tenía problemas de discriminación racial, a mí me consideraban un blanco latino, pero a mis compañeros no. Yo era pelotero, formaba parte del Equipo Nacional de Béisbol y mis compañeros de equipo, eran Felipe Rojas Alou, Manuel Mota, Julián Javier y Juan Marichal. Ese grupo, que después estaba en Grandes Ligas e iban a Chicago, pero que en aquellos tiempos no eran los salarios de ahora. Recuerdo que el salario mínimo de Grandes Ligas eran 6, 500 dólares al año. Por ejemplo, un día me llamaba Felipe, me decía: “petigre, nosotros vamos para allá el miércoles, que vamos a jugar contra Chicago. Entonces, mi esposa le preparaba un moro con chuletas de cerdo o algo así, porque lo que le daban a esos muchachos eran 20 dólares para que se desayunaran, comieran y cenaran. Eran maltratados y sufrían discriminación racial.
5. Deportista
Yo me gradué demasiado joven, a los 21 años, y tuve que elegir entre ser pelotero o ingeniero y me decidí por la ingeniería. Mis amigos me lo critican, pero no me arrepiento porque no me ha ido mal en la ingeniería, no mido mis éxitos por el dinero acumulado, me siento muy bien, a mi edad todavía soy consultor, no he perdido mi tiempo en la ingeniería, la he ejercido, además la vida del pelotero habría sido muy corta, veo la pelota con pasión. Yo no me pierdo los juegos y grito y me emociono. Yo gozo cada partido.
6. El golpe de Estado a Juan Bosch
Yo estaba en la capital, trabajaba en un organismo que se había creado en el Gobierno de Juan Bosch. Las siglas eran OCTAPE, era la Oficina Coordinadora Técnica Asesora del Poder Ejecutivo. Yo era ingeniero asesor, supervisábamos las obras que serían después la presa de Taveras, la presa de Valdesia, el Acueducto de Santo Domingo, esas grandes obras que Bosch tenía planeadas. Yo era uno de los asesores principales. Nunca conocí a Bosch en esa época, me llamaron como técnico, pero renuncié el día del golpe de Estado, no acepté continuar, me reclamaron, pero ese acontecimiento me golpeó muy duro.
7. La invasión yanqui
Aunque yo había comenzado a desarrollar mi conciencia política, seguía teniendo una gran admiración por los Estados Unidos. Cuando jugaba baloncesto y béisbol, por mi estatura y mi corpulencia, me decían que yo parecía un yanqui, yo no me ofendía. sin embargo, ahora me lo dicen y hay que matarse conmigo… Y es que la invasión yanqui me transforma, me hace dar un giro de 180 grados. Estados Unidos se quitó la máscara al violentar nuestra soberanía, en el año 1965, por tercera vez en el siglo XX.
8. Abril del 65
La Revolución de Abril del 65 me transformó totalmente. El cambio total de mi vida me lo dio ese acontecimiento. Al principio me llamaron del edificio Copello, que era donde estaba la sede del gobierno de Caamaño, para que yo sirviera de intérprete para los periodistas extranjeros que venían, y yo me consideré ofendido y les dije que no, que lo que yo quería era combatir. Una de las cosas que me enseñó la Guerra de Abril fue la solidaridad, ver cómo los compañeros nos repartíamos lo poco que había. Cuando uno conseguía algo les daba a sus compañeros y les guardaba a los que no estaban presentes. Abril del 65 valió la pena, absolutamente.Uno se tiene que ubicar en la época. En el baluarte de El Conde hay una inscripción que dice: “Dulce y decoroso es morir por la patria”. Ese era nuestro lema en esa época. Nos decían que nos íbamos a morir y les decíamos: ¿y qué? pero hay que hacer esto. Hay que acabar con el trujillismo y con Balaguer.
9. El llamado del deber
Cuando Francis Caamaño desaparece, me mandó a buscar, en el año 1968, con Amaury Germán Aristy, porque él me necesitaba, y yo le respondí: “dile a Francis que él está loco”. Yo era un hombre que andaba en mocasines, en mi carro, todo el día con una camisita manga corta, una corbatica, es decir, tenía todo lo que yo creía que existía en la vida. Pero los crímenes del balaguerato, me pusieron a mí a tener que elegir entre estar en mi casa y que me fueran a buscar y me mataran o a que me mataran combatiendo, porque en la universidad yo tenía cierto liderazgo, yo salía con los estudiantes a protestar, era el único profesor que se fajaba a las pedradas con los policías. Elegí que me fueran a matar a la loma y no que me fueran a matar a mi casa o al aula universitaria. Yo a veces digo que me metí a guerrillero por miedo a que me mataran indefenso, prefería que me mataran peleando y no que me mataran amarrado.
10. La marca de la guerra
Cuando hablo de disparar contra alguien en la guerra, recuerdo que Antonio Zaglul, el padre de la psiquiatría dominicana, cuando yo estaba exiliado en Cuba, después de la guerrilla, él fue a Cuba a un congreso y yo le di a leer lo que luego sería el libro Playa Caracoles. Ahí yo describía los combates detalladamente, y Toño me dijo: “Hamlet, tú no debes nunca decir que has herido o matado a alguien, porque ese herido o muerto tiene mujer, tiene hijos, padres, familiares”. ¿Qué tu ganas diciendo que mataste 100 personas?
Alegrarse de eso, por ejemplo, cae en un trastorno de la personalidad. Entonces aprendí con Zaglul que esas son cosas que no las trato. Imagínate que este reportaje lo lea el hijo de alguien que combatió contra nosotros y que murió en el combate, no se lo merece. Ese es un tema delicado, que una persona racional y equilibrada mentalmente no debe nunca tratar. A Caamaño lo acompañé hasta el final, vinimos ocho con él, los ocho que confiábamos ciegamente en él y no me arrepiento. Creo que el caso más grande fue sobrevivir. Porque uno lleva la carga de los compañeros que perdieron la vida durante esos acontecimientos.
Trata de borrar los episodios dolorosos
Mi familia siempre se ha sentido muy orgullosa de mí. Nunca me han reclamado que me metiera en esas luchas. Hay una expresión muy cómica de mi mamá. Ella vivía en Nueva York, en el año 1973, cuando sucede lo de la guerrilla y a ella le dicen: “Ay doña Ofelia, su hijo está metido en una guerrilla con Caamaño, en Santo Domingo”, ella dijo: “No puede ser, porque él le tenía miedo a la oscuridad y a los rayos”. Eso no se me olvida, fue una reacción nerviosa. Ella perdió el habla. Cuando mamá me vio en unas fotografías, en un momento determinado, y me vio tan maltratado, no habló. Sufrió mucho, pero afortunadamente se recuperó. Hay muchos momentos de tristeza, pero lo que hago es que me sobrepongo y siempre le busco el lado bueno a las cosas y los momentos tristes los borro. El mismo cerebro humano, borra los aspectos malos, tristes y dolorosos. Debo haber tenido momentos muy tristes, pero no los almaceno.
Un sueño
El gobierno ideal para mí sería uno que cumpliera las leyes. Los gobiernos que hemos tenido en el país violan la Constitución y las leyes”.