José Rafael Lantigua fue un niño tranquilo, que coleccionaba y guardaba celosamente una envidiable cantidad de “paquitos”, como le llamaban a los cómics. Cuenta que su afición era tal por este tipo de literatura, que su madre no dudó un segundo en pensar que éstos, y no su resistencia al estudio de las Matemáticas, fueran la razón de que reprobara el quinto curso de la primaria.
A la edad de nueve años, por su fluidez al hacer uso de la palabra, fue seleccionado para pronunciar el discurso del Día del Ahorro Escolar.
Como casi todos los jóvenes que nacían en los pueblos del país, un día hizo sus maletas y vino a la capital, la idea era conseguir un trabajo para costear sus estudios y convertirse en profesional. En principio su madre no quería que viniera, pero lo apoyó en su decisión, por eso, cuando regresó antes de cumplir sus metas, ésta no lo aceptó de vuelta. Con energía le advirtió: “Me opuse a que te fueras, ahora que ya estás en la capital, allá te quedas. Aquí, a Moca, tú no vienes derrotado por nada del mundo”. Eso bastó para seguir adelante.
1. De madre soltera
Voy a referir por primera vez públicamente algo que nunca he dicho ni tengo obligación ni necesidad de decirlo, pero esta vez lo haré. Soy hijo único de madre soltera. Mi madre, Dolores Lantigua Herrera, me procreó con mi padre Luis Guzmán, de ascendencia mocana pero nativo de La Vega. De modo que soy medio mocano y medio vegano, algo que mucha gente desconoce. Nací en Moca y mi progenie está ligada a familias ilustres de mi comunidad nativa, a pesar de mi origen humilde.
2. Una madre firme y amorosa
Mi padre era primo de Luis Guzmán Taveras, una prominente figura política de la Era de Trujillo. Siempre quiso darme su apellido, pero mi abuela, que era mujer de temperamento altivo, nunca lo aceptó. Mi madre era hija natural de una persona de gran abolengo de mi pueblo, pero nunca fue reconocida como tal. Debiera llevar los apellidos Guzmán Lara, el Lantigua es apenas mi cuarta ascendencia, pero llevo con mucho orgullo ese que fue siempre el apellido de mi madre, una modista o costurera, como se le llamaba entonces, que consumió muchas horas de sacrificio y desvelo frente a una máquina de coser para criarme y educarme. Todo, por tanto, se lo debo a esa mujer extraordinaria, de carácter fuerte pero generosa y buena que fue mi madre, quien falleciera a los 92 años el mismo día de las elecciones del pasado 2012, con plena lucidez. Mi padre, por su parte, fue un procreador prolífico, un hombre alto y buenmozo que, según mi madre, siempre anduvo impecablemente vestido, tocado con sombrero y de saco y corbata invariables. Gustaba mucho a las mujeres y de ahí la prole que tuvo.
3. Estudios
Estudié la primaria en la Escuela “Ecuador”, que luego, cuando se impusieron las sanciones al régimen de Trujillo en 1960 pasó a denominarse con el nombre de un ilustre educador mocano, Juan Crisóstomo Estrella. Los estudios secundarios los realicé en el liceo Domingo Faustino Sarmiento. Siempre fui buen estudiante, iba pequeño siempre al frente de los demás, si había que llevar la bandera dominicana o la de Ecuador en un desfile, era yo quien las portaba, y a los nueve años me seleccionaron para pronunciar un discurso en el Día del Ahorro Escolar, porque decían que era el que mejor hablaba de mi escuela. Fue mi primera intervención ante un público. El discurso me lo escribió quien muchos años después fuese mi compadre y gran amigo, el fenecido dirigente político Winston Arnaud, a quien con los años sería yo quien le elaborase sus discursos.
4. Maestros
Guardo gratos recuerdos de mis maestros, auténticos educadores, de formación empírica, sin estudios formales, pero con una vocación extraordinaria para el ejercicio del magisterio. Tanto los de la primaria como los de la secundaria. Recuerdo que reprobé el quinto de primaria. Coleccionaba “paquitos” o “muñequitos” como les llamábamos, los comics de todos esos grandes héroes que del Pato Donald a Superman y Fantomas poblaron nuestro imaginario infantil. Llegué a tener cajas llenas de paquitos. En mi casa eran asiduos para leer los paquitos, que yo no prestaba, los hermanos Porrello, y cuando la profesora llegó a casa para comunicarle a mi madre que tendría que repetir el quinto, mi madre entendió que era a causa de la lectura de los comics que ocupaban casi todo mi tiempo libre y les regaló todas las cajas de paquitos a los Porrello y les dijo que no quería volverlos a ver en casa, como si acaso ellos hubiesen sido los culpables. De esos hermanos, de los que hace muchos años no tengo noticias, uno fue luego un gran médico oncólogo y otro llegó a ser ministro de Educación en el gobierno de don Antonio Guzmán. Fui un buen estudiante, aunque excelente con el español, la literatura y las ciencias sociales, pero me resistía con la matemática, le huía como el diablo a la cruz. Más tarde, con la ayuda de un gran profesor, a quien mi madre le pagaba para que me diera clases particulares, pude superar un poco esa aversión por la matemática, pero en verdad nunca pude bien del todo con ella. De todos modos, me recibí de bachiller muy joven, prácticamente un adolescente y de inmediato pasé a ser profesor de bachillerato como cofundador del liceo vespertino Eladio Peña de la Rosa, que todavía existe. Tenía alumnos de mayor edad que yo.
5. A la Capital
Cuando vine a Santo Domingo traía la ilusión de encontrar trabajo para costearme mis estudios. Regresaba cada fin de semana a Moca, porque no lograba aclimatarme a la capital. A los siete meses, le dije a mi madre que me regresaba definitivamente, porque no había encontrado empleo. Y mi madre, con el carácter siempre resuelto que tuvo, me dijo: “me opuse a que te fueras, ahora que ya estás en la capital, allá te quedas. Aquí, a Moca, tú no vienes derrotado por nada del mundo. Eso yo no lo permito”. Y el lunes tempranito, ahí estaba el chofer buscándome para volver a Santo Domingo. A las dos semanas, encontré mi primer empleo en una emisora, donde a diario se realizaba una revista de los principales artículos de opinión que salían en la prensa.
6. Empleado
Yo trabajaba desde su fundación como redactor y columnista del diario El Sol, ya desaparecido, y mis artículos se leían en ese programa. Cuando yo solicité trabajar en el noticiario de esa emisora, simplemente me dijeron que cuánto yo aspiraba ganar. Dije una suma por encima de lo posible, y sólo me dijeron: comienza el lunes. Luego de ese empleo, en 1973, nunca he dejado de trabajar y de realizarme profesionalmente. Siempre hay momentos de tensión y de desesperanza, pero en sentido general agradezco a Dios las bondades que he recibido de Él, mucho mayores de las que yo mismo aspiré.
7. El amor
Todos los jóvenes, los pocos ricos y los muchos pobres, íbamos siempre a la misa dominical de las 8.30 de la mañana. Saliendo de misa la vi por primera vez, bella como sigue siendo todavía, entonces con una larga cabellera y vestida como una princesa. (Luego supe que su madre, que como la mía confeccionaba ropas, aunque ésta solo para sus hijas, le hacía un vestido cada semana para mostrarlo en la misa de los domingos). Pregunté a un amigo quién era y cómo se llamaba. Nunca había reparado en ella. No éramos del mismo grupo social. Tardé años en trabar amistad con ella, viví capítulos diversos de mi vida, me comprometí con otra, pero ella seguía en mi pensamiento. Hice todos los trucos para acercármele, un poco de amor platónico porque parecía imposible. Junto a dos grandes amigos, uno de ellos hoy mi compadre, inventamos una historia para lograr que ella estuviese en la carroza de la reina de unas fiestas patronales que organizamos. Pero, aún así, todo parecía distante. Le di una serenata con Wilfrido Vargas, que hasta una canción compuso para ella, con Sandy Reyes y Omar Franco, que eran los cantantes de moda entonces, violinistas de la Sinfónica, un hijo del general Reyes Evora que era un guitarrista académico y Domingo Bautista como coordinador. Fue una serenata que hasta la prensa se hizo eco del acontecimiento. Ella dijo que no escuchó la serenata. ¿Usted puede creerlo? No había forma con ella.
8. El matrimonio
Algunos amigos me decían claramente que todo era en vano, que ella no era para mí, que ella estaba en una escala social y yo en otra, y estos comentarios lo que hacían era estimularme a seguir en la contienda. El tiempo hizo su trabajo, y luego de varios años de insistente clamor nos hicimos novios. Ella vino a la capital a la boda de una prima, y en medio de la boda me dijo que sí. Al poco tiempo, ella ya graduada en la UCMM de Santiago, vino a trabajar en el Palacio Nacional en el gobierno de Don Antonio, porque José María Hernández, yerno del Presidente y Ministro Administrativo de la Presidencia, era su primo y le ofreció trabajo allí. Nos casamos a menos de un año de comprometidos. Aquellos esfuerzos que mis amigos decían que eran en vano, dieron frutos espléndidos. Por estos días cumplimos 34 años de boda, con tres hijos profesionales muy bien establecidos y cuatro nietos.
9. La familia
Mi experiencia como padre va unida, necesariamente, a mi experiencia como esposo, porque mi mujer, Miguelina, y yo, nos complementamos perfectamente, y ella es el alma del hogar y la gran maestra de la educación de mis hijos. Yo suelo decir que en mi casa, todos somos “miguelinistas”, porque el padre y los hijos giramos todos alrededor de ella y dependemos en gran medida de lo que ella decide, desde hacia dónde vamos en vacaciones, hasta la comida diaria; desde la medicina apropiada para cada dolencia, hasta la ropa que llevamos. Entre ambos, hemos construido una familia de la que nos sentimos muy orgullosos, satisfechos y ampliamente bendecidos. Ya no hablamos tanto de los hijos, porque todos se fueron de la casa, aunque no hemos sufrido para nada el alegado síndrome del “nido vacío” porque ellos giran en torno nuestro, vienen casi a diario a la casa, viven próximo a nosotros, y todos sus logros y problemas pasan por el tamiz del hogar que nunca han abandonado del todo. Ahora hablamos de nietos, de cuatro prodigios que llenan la casa de amores y fulgores que uno quisiera que duraran para siempre.
10. Valores
Mi firme creencia en Dios y en su palabra, que conservo desde mi infancia y que ha permanecido desde entonces inalterable. De los salesianos llevo siempre en mí la formación religiosa que sacia mi vida plenamente. De los jesuitas, mi preocupación social, a la que dedico esfuerzos de distintos modos junto a mi esposa, sin que nunca sepa mi mano izquierda lo que hago con la derecha. En segundo lugar, mi familia, que es el nervio vital de mi existencia, mi razón de vida. A los hijos, uno los procrea, los educa, los lanza a la vida, los deja volar, pero siempre está sobre ellos, sobre sus vidas, no imponiendo ideas, que ya no nos corresponde esa misión, sino viviendo sus logros, sufriendo sus contratiempos y orientando sus pasos. Y en tercer lugar, la lealtad y la fraternidad como motores de la amistad y de la gratitud. No concibo la vida sin el uso permanente de estas virtudes, que junto con las de la fe y el amor a la familia conforman los ejes sobre los que se mueven y caminan todas nuestras fortalezas y todas nuestras angustias.
El hogar es el mejor lugar del mundo
Todavía, producto de la regia disciplina que implantó mi madre, quizás porque era una mujer que tenía que valerse por sí sola y extremaba sus cuidados para conmigo, no me gusta visitar “casas ajenas” como ella decía, y son pocos los amigos que puedan decir que visito sus casas, aunque ya los tiempos han cambiado y el estilo de la época es distinto a la de entonces. Sigo prefiriendo mi casa para cualquier convite o ágape con mis amigos. Mi madre fue siempre regañona, peleadora, se emburujaba con cualquiera, sobre todo si era en mi defensa. Pero, al mismo tiempo, era muy generosa, daba incluso de lo poco que tenía y cuando pudo dar más, igual. Hoy día, no solo mis amigos y amigas, sino los de generaciones anteriores a las mías que frecuentaban mi casa, la recuerdan con cariño.