“Y dijo (Elí) a Samuel: ‘Ve a acostarte, y si (Dios) vuelve a llamarte dile: Habla, Señor, que tu siervo te escucha’”. (Sam. 3,9)
El Señor nos habla de múltiples maneras, pero puede ser difícil escuchar o reconocer su voz. Para ello debemos estar muy atentos a sus señales, aprender a escuchar con el corazón, pues si nos limitamos al sentido humano de la audición será imposible saber cuándo quiere transmitirnos un mensaje.
Escuchar a Dios es mucho más que tratar de oirlo, es disponer nuestro corazón para Él, ponernos a su servicio, a su mandato, a su guía. Elí orientó a Samuel sobre la forma de atender al llamado de Dios: “Háblame Señor, que tu siervo escucha”.
Escuchar a Dios no es solo hacer uso de un instrumento de recepción, implica una actitud de asumir y de obedecer sus palabras, es decirle “aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad”.