Al inicio de un nuevo año, las personas suelen hacer un balance de los logros alcanzados durante los doce meses que concluyen, claro está, sin olvidar las cosas que por alguna razón quedaron inconclusas.
No sé, pero por alguna razón y de forma natural, todos sentimos que ante un nuevo año tenemos la oportunidad de un nuevo comienzo, aunque continuemos en el mismo trabajo, en la misma casa, con el mismo vehículo, nuestros lugares de diversión preferidos sigan siendo los mismos, nos reunamos con las mismas personas, en fin, es más bien un cambio de actitud, que quizás forma parte del mismo deseo de cada ser humano debe intentarlo de nuevo y esta vez no fallar.
Por eso existe la famosa lista de deseos, proyectos y metas que las personas escriben cada 31 de diciembre, como una especie de plan de desarrollo que tiene como límite 365 días para ser completado.
Esta hoja de papel incluye, desde el deseo del retorno de un amor imposible, conseguir empleo, viajar, bajar esas libritas de más que nos impiden usar el ceñido vestido rojo pasión que hace ya tres años compramos para lucir en algún San Valentín, y que al ver los odiosos rollitos que el comer de más nos han hecho sobresalir en la cintura, abandonamos en el closet.
Entre los planes más comunes están el de cambiar el carro, mudarnos, ahorrar para las vacaciones de verano, organizar nuestras finanzas y nuestros horarios, estudiar, compartir más con nuestros seres queridos y muchos proyectos que harían esta lista interminable.
Todo esto nos hace pensar que ciertamente con la llegada de un año nuevo también se renuevan nuestras esperanzas, nuestras fuerzas y crece nuestra certeza de que esta vez no fallaremos, y de que los errores de ayer solo fueron oportunidades para hacernos más fuertes y nos enseñaron a tener mayor precaución para no ir tan de prisa la próxima vez.
Pero de todo esto, lo mejor es que las metas nos empujan a seguir adelante, a dar pasos firmes y tener un motivo más para levantarnos cada día y comenzar a trabajar por aquello que queremos alcanzar.
