Cada vez que suceden cosas con las que no estamos de acuerdo o cuando una situación deja de ser lo que era, sentimos que las cosas cambiaron.
Sin embargo, las cosas, como inanimadas, no poseen la facultad mágica de trocarse en lo que ellas de manera antojadiza decidan.
Los cristianos afirman que: “No se mueve una hoja sin la voluntad de Dios”. Así, una situación, un entorno, incluso nuestra interacción con los demás, no cambian por sí solos, las personas y solo ellas, tienen la facultad y la decisión de hacer que cambien, dejen de ser lo que fueron o simplemente se extingan.
Del mismo modo, nuestras actitudes, nuestros cambios repentinos, necesariamente, obligarán a los demás a cambiar también. Si las personas no se aman lo suficiente a sí mismas, admitirán los cambios en las atenciones, aceptarán el desinterés y lucharán con todas sus fuerzas para aprender a vivir, sin reclamar, recibiendo menos de la mitad de lo que apenas pocos días atrás había recibido a manos llenas.
¡Eso es humildad y amor de verdad!, dirán algunos. Pero para otros, es no tener autoestima, ni amor propio, conformarse con las migajas del que antes era su plato principal.
Muchas personas aseguran que el ser humano se hace bueno o malo en el desarrollo de su vida, algunos afirman que nace bueno o malo y que no cambia por nada, ni por nadie. Lo que sí es cierto, es que quien es extremadamente bueno para unos, no lo es tanto para otros, o simplemente es el mal personificado para unos cuantos.
Yo lo interpreto así: “Nadie es bueno, ni malo, simplemente, te quieres o no te quieres”.
Esa, quizás, es la raíz del cambio. Cuando las cosas son de una forma y una de las partes decide que van a ser de otra, la otra persona está obligada a adaptarse a ese cambio, más que por cualquier argumento o razón, por dignidad, orgullo y respeto a la decisión ajena.
Eso es lo que sucede en cada aspecto de la vida. Constantemente queremos mejores cosas, aspiramos a vivir en un mejor mundo, pero no hacemos nada para cambiar lo que nos parece tan malo, solo nos quejamos y esperamos a que otros den el primer paso. No acabamos de entender que en nuestras manos tenemos las armas necesarias para producir ese cambio . l