Palabras de Aníbal de Castro en la celebración del 40 aniversario del doctor Julio Hazim en la pantalla chica
Cuando el viejo y buen amigo, y colega dos veces, Víctor Grimaldi, me pidió que hablara en este homenaje al doctor Julio Hazim no vacilé un segundo en aceptar. Antes me preguntó si éramos amigos y, por supuesto, le respondí que sí y añadió: “Él siempre ha hablado muy bien de ti en el programa”.
Todo, es verdad: Julito y yo nos conocemos desde mis tiempos como reportero en el desaparecido vespertino Última Hora. En ese entonces él no era periodista, pero nos trataba muy bien cuando acudíamos al examen de la vista para la licencia de conducir. Al parecer se imaginaba ya hacia dónde enfilaría sus preferencias profesionales.
Hemos tenido nuestras diferencias, es cierto, y las hemos solventado como amigos y con respeto mutuo. Como me dijo Grimaldi, el doctor Hazim ha sido muy generoso en sus comentarios hacia mi persona cuando me desempeñaba en el servicio exterior. Que quede claro: lo que diga hoy no obedece a un sentido de reciprocidad. Que no. Se basa exclusivamente en lo que pienso sobre alguien que revolucionó el comentario televisivo, para bien o para mal.
Hazim, el innovador
Antes que él tuvimos excelentes comentaristas, entrevistadores y líderes en talk shows y otros programas en la televisión y la radio que podrían encasillarse en el género periodístico. Salvador Pittaluga, por ejemplo, se manejaba con donaire y profesionalidad en Rahintel, en El comentario de la noticia. Uno de los méritos de nuestro galardonado es, precisamente, haber roto con esa liturgia estricta que regía el estilo de los comentarios y entrevistas. Luego tuvimos otra gran figura, Alberto Amengual, protagonista de Sea Ud el jurado, que hizo historia en el arte de la interviú, al igual que Ercilio Veloz y su recordado El pueblo cuestiona.
¿Dónde encuentro yo la primera diferencia? En la informalidad que acompañó desde el primer momento al estilo del doctor Hazim. Debo confesar que en un principio me molestaba, y en la causa de esa molestia personal yace la explicación del porqué he tildado de revolucionario al amigo. Todos estábamos acostumbrados a un periodismo estructurado, previsible y del que estaba ausente toda espontaneidad en aras de un estilo profesional comúnmente aceptado.
En vez de adaptarse al medio y sus demandas, el doctor Hazim adaptó la televisión a su aire y características personales. Ese tono de familiaridad, de inmediatez y cercanía, combinado con un lenguaje sencillo, despojado de frases altisonantes e intentos doctorales, han cuajado en un estilo propio, exitoso y, sobre todo, distanciado de la tradición televisiva.
Esa osadía, ese atrevimiento al romper con moldes establecidos, tenía antecedentes. Lo mismo hizo con sus incursiones en el periodismo escrito, en Caña Brava, por ejemplo. Se tomaba licencias, arremetía contra los cánones del reportaje y de las opiniones en un ejercicio impresionante de búsqueda de lo que escondían las noticias. Recuerdo el recuento sobre el suicidio del presidente Antonio Guzmán, y les aseguro, como periodista que soy de larga data, que se trató de una crónica memorable. Ese tránsito por el periodismo escrito podría parecer un accidente, pero creo que no, que la verdadera vocación de Hazim estaba por esos linderos, solo que en los periódicos los requerimientos financieros son muy elevados, contrario a la televisión.
Fue una aventura de la que estoy seguro los bolsillos del doctor Hazim sufrieron.
Estilo, sí, pero también substancia
La comunicación social requiere más que estilo. La substancia es imprescindible, y combinar ambos ingredientes requiere de mucho talento, de mucha inteligencia. Aquí, con la mención de talento e inteligencia, develo las armas de las que se ha servido el doctor Hazim para prolongar por décadas su presencia en los medios, específicamente en los electrónicos.
Se apoderó de la versión de imprescindible y se repetía a diario en diferentes horarios. Aparecía hasta en la sopa, como dice el refrán, y no temía agotar el interés de la audiencia. Y por supuesto, esas apariciones repartidas a lo largo del día debieron resultar agotadoras aunque algunas fuesen repeticiones.
Teníamos Julio Hazim en la radio, la televisión y en la prensa escrita.
Hablemos del talento y la inteligencia. Esa sencillez en la expresión, vecina cercana del habla popular dominicana, esconde con frecuencia mensajes subliminales dirigidos a diferentes espacios sociales. Es una comunicación con bifurcaciones, y en este campo, don Julio es un maestro. Como lo es también en la búsqueda de los ángulos más recónditos en los acontecimientos o en la política.
De su mente prodigiosa surgen las más variadas hipótesis, algunas con visos de ficción (no se me ofenda, doctor) y otras con fuertes conexiones con la realidad. En este juego de contrastes, de propuestas mutuamente excluyentes, el doctor Hazim intercala su opinión que, por moderada y ajustada, se cuela fácilmente en la audiencia.
Un ejemplo
Por ejemplo, el dos de diciembre último arrancaba sus análisis con una serie de observaciones que, según él, ha repetido hasta la saciedad y que, no obstante, es probable que repita por los próximos cuatro años. Hablar de cuatrienio es una referencia directa al periodo presidencial. Luego, como de repente, salta con que la vice tiene conformado ya su equipo de campaña, la elogia y afirma con energía que tiene todo el derecho a aspirar.
¿Y entonces? Recuerda que el PRM es el PRD, el desastre que fue para ese partido la lucha de tendencias y suelta los nombres de Salvador, Peña, Majluta y Franco Badía. Así por así, dispara que nada impide que Hipólito aspire y ahí viene la primera pedrada: en el PRM y la Fuerza del Pueblo hay una realeza: Leonel es el rey y Omar, el principito. Hipólito es el otro rey, y Carolina, la princesa. Ahí no termina y el corolario es de antología: los aspirantes en el PRM no tienen liderazgo político. ¿Y qué pasó con la vice y las lisonjas iniciales?
A menudo rodea el argumento principal con un relato construido a base de inferencias, algunas anécdotas y asuntos aparentemente desconectados entre sí. De pronto, se saca de las mangas un hilo conductor y todo aquel manojo de datos y argumentos que se tenían como irrelevantes, cobra sentido. Con igual destreza maneja la ironía, la intercala con precisión en sus comentarios o la hinca con sentido de oportunidad. En fin, que los comentarios del doctor Hazim son toda una síntesis.
La verdadera síntesis y el gran aporte
Síntesis, precisamente el nombre con que designó uno de sus espacios, no fue escogido al azar. Y si lo fue, inadvertidamente Hazim definió una de las pruebas de su talento. Síntesis es el proceso mediante el cual se integran o combinan elementos opuestos o distintos para formar una unidad superior o un nuevo concepto que trasciende sus partes constituyentes.
Se trata de un mecanismo fundamental en la dialéctica. E insisto: la síntesis no es simplemente una mezcla de elementos, sino un proceso que genera una realidad o conocimiento más complejo y desarrollado. Es una forma de articulación del conocimiento, en la que diferentes perspectivas, ideas o sistemas se integran en un marco coherente que supera las limitaciones de cada uno por separado.
He dejado para último lo que considero uno de los mayores aportes del doctor Hazim, ya no a la televisión como medio sino a la comunicación en sentido general, pero sobre todo a la convivencia y al país.
Sus programas son un modelo de apertura, de respeto a la diversidad, a la libertad de expresión. Por sus espacios han desfilado todos los políticos, mansos y cimarrones, sin importar colores ni identificación ideológica. Pero también sindicalistas, agitadores, artistas, periodistas y todo el que ha querido.
Esos cuarenta años de Hazim en la comunicación han servido para hacer de la libertad de expresión y difusión del pensamiento, una verdad.
Debo decir que a veces el entrevistador no se contiene y lanza unos dardos envenenados en forma de pregunta. O filtra unas observaciones devastadoras que dejan al desnudo la falacia del entrevistado. Lo hace con elegancia, y puedo asegurar que a veces la víctima no se da cuenta de que le están clavando el cuchillo.
Dejo constancia de que no simpatizo con muchas de las ideas del amigo Hazim y que no comparto en absoluto la fiereza con que critica a algunos compañeros de profesión para mí muy queridos. Suyas son sus palabras, y debo admitir que todos tenemos nuestros rivales favoritos; como una vez escribiera Rafael Herrera, también nuestros corruptos favoritos.
Cuarenta años en la televisión es mucho tiempo. Compendia acontecimientos que ya son historia, personajes que jugaron un papel trascendental, héroes anónimos y líderes de caricatura. Hazim los ha visto pasar a todos, y de una manera u otra ha estado presente en esos episodios estelares del acontecer nacional.
Su permanencia atestigua, más que extensión temporal, disciplina y dedicación. Sinceramente admiro su dominio del medio, porque yo, como periodista y a pesar de que también he incursionado en la televisión, nunca me he sentido cómodo frente a las cámaras.
Encuentro particularmente engorroso compartir con un artilugio que dobla como audiencia o el compañero ausente en un diálogo. Hilvanar idea tras idea en el aire, literalmente, es tarea imposible para mí. Guardar la coherencia y conservar la atención del teleespectador es un arte del cual no participo y una razón adicional para que celebre esa larga estancia del amigo Hazim en la pantalla chica.
El talento no se hereda, se nace con él. Hazim es hombre afortunado y sabio. Ha comenzado a preparar su retiro o una disminución del ritmo de trabajo, y por eso ha incorporado a su hijo Michael, quien, por lo que he visto, reúne muchas de las buenas cualidades del padre. Y yo espero que ninguna de las malas.
Con Julio Hazim, el comunicador aguerrido, agudo, insistente y apasionado, celebramos sus primeros cuarenta años en los medios electrónicos. Se merece este homenaje. Y también un fuerte aplauso.