En la vida hay situaciones difíciles de aceptar. Son misterios que para los seres humanos siguen siendo incomprendidos. Sabemos que por ley de vida nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos.
Sin embargo, la muerte aun nos resulta difícil de aceptar. La reproducción y el nacimiento traen en la mayoría de las oportunidades felicidad y unión. Sin embargo, la muerte nos resulta una separación dolorosa, más aún cuando se trata de una persona joven, llena de vida, de sueños e ideales.
Esa era Julie. Nacida en el seno de una familia unida, trabajadora y luchadora. Una familia política, llena de ilusiones, cuando teníamos un partido como el PRD que se llamaba así mismo “ la esperanza nacional”.
El involucramiento de su familia en política les costó caro, persecuciones, intranquilidad, pero peor aún atentados que pusieron en riesgo la vida de su familia en múltiples oportunidades.
Desde el colegio mostró inquietudes sociales, su querido Colegio Santo Domingo, donde las monjas supieron sembrar en esa generación de jóvenes la preocupación por los menos afortunados, proyectos en áreas marginales, algo que para Julie no fue difícil asimilar por la vinculación política de su familia.
Fue compañera de mi esposa, pero con ella y sus hermanos mantuve desde el colegio y mucho después un estrecho vínculo de amistad.
Compartimos sueños, ideales, de aquella juventud que le interesaba más la justicia social que la banalidad en que estamos inmersos hoy.
Soñamos siempre con un país mejor y a pesar de nuestras diferencias políticas siempre encontramos puntos de convergencias porque sin importar del lado en que nos encontráramos el fin era el mismo: un país más justo, un país con menos pobreza, más trasparente.
Un país donde el chantaje fuera sustituido por la verdad y que gracias al esfuerzo de gobernados y gobernantes las enormes diferencias sociales pudiesen equilibrarse.
Julie enfermó cerca de su cumpleaños, todos pensamos que sería algo pasajero, mi esposa y yo la habíamos encontrado en la misa de San Judas donde era habitual verla, siempre con su ancha sonrisa.
La misa no será igual sin Julie, tendremos que acostumbrarnos. Las reuniones de su curso no serán igual, el único consuelo es saber que ya no sufre, que está como los justos al lado del Señor.
Desde allá estará hablando de justicia social, mirará sobre su querido país, le pedirá al Señor que le dé consuelo a su madre, nuestra querida Doña Clement, a sus hijas, a su hermana Tania, sus hermanos Rubio, Flérida, José Alberto, sus hijas que ya habían perdido a su padre y ahora a su madre.
Su adorada Milagros Ortiz, de quien tanto se preocupaba, que hoy no tendrá la amiga fiel que la ayudaba a transitar los tiempos difíciles de ese partido que aman y que otros han hecho un excelente trabajo en dividirlo.
Julie, el domingo no nos pudimos ver en San Judas, ya te habías ido. Habríamos comentado con preocupación la convención de tu PRD, cómo se maltrató la prensa, la que se arriesga bajo tiros para llevar las noticias, no la que desde un micrófono piden se lo manden en efectivo.
El Padre Maza en su homilía habla de la parábola del hombre que sembró trigo y cuando dormía sus enemigos sembraron cizaña. Cuando empezó a crecer se dieron cuenta que el trigo y la cizaña crecían juntos, los empleados querían arrancarla y él dueño les dijo: “no en este momento porque al arrancar la cizaña podemos arrancar el trigo. Que crezcan juntos y pediré a los segadores que saquen la cizaña primero y luego la quemaremos”.
Con toda razón comenta el Padre Maza que “ mucha gente está muy preocupada con el enemigo y sus acciones. A Jesús, en cambio, lo que le interesa es el trigo, cuyas espigas verdes de esperanza anuncian la cosecha y el pan de las familias”.
La parábola del trigo se ajusta a muchas acciones de nuestros días. Se siembra buena semilla pero los enemigos se encargan de la cizaña, con mentiras, con chantaje, con tergiversaciones. Al igual al que sembró la buena semilla, sucede con los que tratan de mejorar situaciones que afectan a los demás, el maligno siempre siembra cizaña, pero como la parábola de Jesús será quemada en su momento y la verdad resplandecerá.
Ahora, mi querida Julie, puedes cuidarnos desde allá, puedes con tu sonrisa, ya sin un micrófono, al lado de Dios interceder por tu país. Desde aquí haremos lo posible hasta el momento en que podamos reunirnos de nuevo para volver a comentar y sonreír juntos.