Uno de los factores que más retrasan el desarrollo humano sostenible es la
desigualdad de género. Se trata de un fenómeno fundamentalmente cultural, muy arraigado en las familias y en la sociedad en su conjunto, el cual genera males tan dolorosos como los feminicidios. El bajo nivel de desarrollo social y económico está relacionado con los desequilibrios de género, sobre todo de falta de oportunidades y discriminación hacia las mujeres.
Por estas razones, entre otras, ya en 1990 la Organización de las Naciones Unidas (ONU) comenzó a formular los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) al 2015, entre los cuales se incluyó un punto independiente sobre la igualdad de género y empoderamiento de las mujeres; con el propósito de promover su igualdad y autonomía con respecto a su condición, en un contexto que tienda a la erradicación de la pobreza extrema, el hambre y la desigualdad.
No se puede lograr éxito en la lucha contra la pobreza y la desigualdad, y mucho menos avanzar en las metas hacia el desarrollo sostenible, si mantenemos los desequilibrios en la relación hombre-mujer. En la Conferencia de la ONU sobre Desarrollo Sostenible celebrada en Rio de Janeiro, Brasil (Río+20), en el año 2012 se estableció que las mujeres tienen funciones centrales y transformadoras en el desarrollo sostenible y que la igualdad de género debe ser una prioridad en áreas como la participación y el liderazgo económico, social y político.
El tercero de los ODM, sobre igualdad de género y derechos de la mujer, está entre los que la ONU considera que se han ido cumpliendo. Para el año 2012, América Latina y el Caribe cerró en un 69% su “brecha de género”, según el informe sobre igualdad que publica el Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés). En el caso de Latinoamérica y el Caribe, el documento destaca los buenos resultados en educación y en salud.
En su informe el WEF evalúa 135 países (el 93% de la población mundial) en función del grado de equilibrio social que han conseguido entre los sexos.
La ONU considera que en todas las regiones en desarrollo se están eliminando las disparidades en la matrícula en la Educación Básica de niños y niñas. En el aspecto político para enero de 2014 había 46 países en los que el 30% de las y los parlamentarios eran mujeres. Actualmente hay más mujeres al frente de ministerios considerados duros como Defensa, Relaciones Exteriores, Medio Ambiente. También tenemos presidentas de sus respectivos países, donde sobresalen Chile, Brasil y Argentina, pero la disparidad con relación al hombre sigue siendo muy extendida, con techos de cristal demasiado firmes para las mujeres en los niveles más altos, según nos lo muestra un Mapa 2014 de las Mujeres en Política, publicado por la Unión Interparlamentaria (UIP) y ONU Mujeres.
En el Poder Ejecutivo, el porcentaje de mujeres en ministerios ha alcanzado el 17.2%, frente al 16.1% en 2008. Al 1º de enero de 2014, había 36 países con el 30% o más de mujeres ministras, con relación a un 26% en 2012. Nicaragua encabeza la tabla global de las mujeres en el Poder Ejecutivo, con 14 mujeres en estos puestos, seguida por Suecia, Finlandia, Francia, Cabo Verde y Noruega.
Además de los países nórdicos, son las regiones de América y África que tienen el mayor número de mujeres ministras, aunque las cifras para África se han estancado en 20.4% desde el año 2010. La región Árabe, la de Europa y la del Pacífico también tuvieron un cierto crecimiento.
El compromiso político y las políticas son prerrequisitos para el progreso de las mujeres en la representación política. Según los datos de la UIP, el porcentaje de mujeres parlamentarias se encuentra ahora en un nivel de 21.8% a nivel mundial, con un número creciente cada año. También hay 46 países con más de 30% de parlamentarias en al menos una cámara. En enero 2013 este porcentaje se eleva a un 42%. Esta tendencia, si continúa, sería un futuro más esperanzador sobre la participación política de las mujeres.
“Más mujeres están ahora en la política e influyen en la agenda política en los niveles altos. Eso está claro. Pero no en el nivel más alto”, dice Anders B. Johnsson, Secretario General de la UIP. Otra tendencia positiva destacada en el Mapa de UIP-ONU Mujeres es que mientras las carteras tradicionalmente “blandas”, como Asuntos Sociales, Educación o Asuntos de la Mujer siguen siendo lo más común entre las mujeres ministras, más mujeres están ocupando las llamadas carteras ministeriales “duras”, como la de Defensa, Relaciones Exteriores y Medio Ambiente.
América es la región con el mayor número de mujeres como jefas de Estado o de Gobierno. El Pacífico es la única región que no cuenta con mujeres en estas posiciones. El porcentaje de mujeres presidentas de Parlamentos apenas ha aumentado del 14.2% en 2012 a 14.8% en 2013. En comparación, el porcentaje de mujeres vicepresidentas de Parlamento es significativamente mayor, un 26.5%, lo que sugiere que este es a menudo el techo de cristal para las mujeres parlamentarias.
América cuenta, con un 22.9% de mujeres ministras, África 20.4%, Europa 18.2%, los países nórdicos tienen un 48.9%, el Pacífico 12.4%, Asia 8.7% y la región árabe 8.3%. Todos los países de África y América tienen por lo menos una mujer en una posición ministerial, incluyendo República Dominicana que tiene varias y cuenta además con una presidenta del Senado que es además la presidenta de la Asamblea Nacional.
Hay que reconocer que nivel general, como país estamos lejos de cumplir los compromisos, ya que el porcentaje de mujeres en la Cámara de Diputados se sitúa en 20.79%, y un 9.38% en el Senado; el 18% en los Ministerios y un 13% en las Gobernaciones. El promedio mundial de mujeres en el parlamento ha registrado un aumento anual de 1.5 puntos porcentuales, alcanzando el 21.8% al 1º de enero de 2014. América mantiene su liderazgo como región con el promedio más alto de mujeres parlamentarias 25.2%, mientras que el mundo árabe ha sido testigo del mayor aumento regional, pasando de 13.2% a 16%.
Como lo dijo la ONU-Mujeres en uno de sus últimos informes, pese a grandes logros, la desigualdad de género es todavía uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo; alimentada por una discriminación profundamente arraigada contra mujeres y niñas. Esta discriminación es dañina y costosa, pues interrumpe el progreso económico, menoscaba la paz y limita la calidad del liderazgo. Su eliminación debe ocupar un lugar prominente entre las metas mundiales y nacionales.