La semana pasada un artículo publicado en este diario por Claudia Fernández L., me llamó poderosamente la atención, al punto de que por mi cuenta de twitter felicité a la autora que cada día nos deleita con su columna, corta pero muy profunda. Me hizo recordar lo que el gran amigo y director de este diario Osvaldo Santana me decía hace unos días, que no hace falta escribir muy largo para decir lo que se debe y sin duda fruto de su gran experiencia tiene toda la razón, más aun en un país con poca cultura a la lectura.
Hablaba la columnista sobre malos y buenos. Se refería al caso Miranda, donde los que están en contra son los buenos y los que están a favor los malos. La discusión que se ha dado sobre Loma Miranda debía ser un punto de inflexión para cambiar muchos aspectos de la vida del país.
Hemos visto cómo de la noche a la mañana detractores que juraban que por nada cambiarían su opinión, que poco les faltó para decir que de rechazarse el proyecto de ley se inmolarían en el Parque Independencia, ya hoy hablan de diálogo, dicen que debe revisarse con más profundidad el estudio del PNUD que admite no tener una opinión definitiva sobre las consecuencias medioambientales.
Lo mismo ha sucedido con las plantas de carbón, algunos entienden que son una inversión impostergables, otros la satanizan.
Con el caso de los couriers sucedió algo parecido, si el comercio defendía un tratamiento igualitario era duramente criticado, se les llamaba explotadores, abusadores, los couriers eran una especie de paladines de la clase media, hasta que la Dirección de Aduanas los puso al descubierto que más que transportistas de carga se habían no solo convertido en competencia desleal al comercio, sino que se hacían toda clase de negocios no contemplados en lo que son sus verdaderas funciones.
Incluso hemos llegado al punto que dentro de las diferentes religiones unos se que llaman buenos clasifican alegremente a otros como malos y olvidan que un verdadero cristiano es el que confiesa sus pecados, reconoce que nadie es del todo bueno, acepta la llamada de Dios que nos ofrece perdón y más aún confiesa sus mentiras, insultos y calumnias.
¿Hacia dónde quiero llegar? A que no debemos seguir dividiendo la sociedad en buenos y malos por el hecho de no estar de acuerdo con la forma de pensar de alguien. Nadie es dueño de la verdad absoluta y no es con intimidación que resolveremos los problemas del país y mucho menos pretendiendo que quien no piensa igual que otros, debe ser calificado como malo y estigmatizado hasta que sucumba y cansado de insultos concuerde con quien lo adverse complaciéndolo de variadas formas y maneras. Las redes sociales y algunos medios de comunicación son una muestra de lo que desarrollo en este artículo.
No hay buenos ni malos, el desarrollo de una sociedad, de una familia, de un individuo se logra entendiendo que el verdadero aporte al crecimiento, a construir valores, está no en la división, sino en un análisis desapasionado, libre de intereses mercuriales, de ambiciones no logradas. Dedicarnos al trabajo y apoyo real, no como pantalla para lograr adeptos o falsas simpatía, sino para alcanzar una sociedad más equilibrada, donde la mentira se sustituya por la verdad y la envidia por el deseo de superación. Gracias, Claudia, por haber puesto el tema en el papel.