Josh Hamilton acaba de darse unos traguitos que le saldrán más caros que si se hubiese tomado la botella.El jardinero de Texas se maneja con una política de cero tolerancia en cuanto al alcohol y las sustancias. El nativo de Carolina del Norte estuvo sumido en las drogas al punto de ser un despojo humano en las calles por una adicción al crack que lo tenía en la perdición.
Su regreso al béisbol es una tremenda experiencia motivacional, un espejo para que todos concurramos a él antes de desperdiciar lo que Dios no da, pero Hamilton no deja de estar bajo el seguimiento de una lupa que no admite el menor de los descuidos.
Por años ha estado libre de drogas, lo que se confirma por no dar positivo en las tantas pruebas que recibe al año. De todas formas, la pasada semana se ponchó ante la tentación y consumió varios tragos, lo que tiene prohibido.
Detrás de las disculpas que pidió en una conferencia de prensa en Arlington se esconde una gran verdad: difícil que tras esta recaída, por menor que fuere, Texas se aventure a darle una extensión contractual como sus números lo merecen.
Fue el Más Valioso hace dos temporadas en la Liga Americana y es uno de los mejores peloteros del negocio en la actualidad.
Está en el último año de una extensión por dos y 24 millones de dólares que Texas le dio. En el mundo ideal, a sus 30 años, podría exigir para lo que podría ser el último gran contrato de su carrera, máxime si es en una organización que recibirá una inyección de cientos de millones de dólares tras un acuerdo por sus derechos de transmisión.
Su yerro, en el que todos podemos caer en cualquier momento, le hizo perder fuerza ante un conjunto que seguro exhibirá temor para renegociar con una persona que en un momento dado podría ceder ante las tentaciones.
Cuesta creer que Hamilton reciba este duro golpe: quedar mal ante la opinión pública como figura a seguir y darle tela para cortar a su patrón en un futuro contrato.
Es uno de los momentos fuertes, pero reales de todo negocio.