Esta guerra de exterminio puede contarse desde distintas vertientes. Una testigo, Leonora Sansay, la cuenta en presunta correspondencia con el Vicepresidente de los Estados Unidos Aaron Burr, desde Le Cap durante el mando del general. Rochambeau (traducción mía del inglés de “The Horrors of St. Domingue):
Los bandidos han por fin hecho ataque que tanto amenazaron, y hemos sido terriblemente alarmados. El jueves último, una partida se acercó al fuerte antes del amanecer, mientras otra, pasando detrás de la barrera que esta a la entrada de la planicie, sin ser vista por los guardias sorprendió al fuerte Bellair, que ocupa una lometa junto al pueblo, y mató al oficial de mando y a doce soldados. La esposa del oficial que comandaba el puesto, había ido el día anterior a permanecer con su esposo. Ella y su hijo fueron atravesados con la misma bayoneta. El cuerpo del oficial quedó sobre la cama, como si hubiera muerto en el acto de defenderlos. Los negros avanzaban en silencio hacia la ciudad cuando fueron descubiertos por un centinela que dio la alarma. Las tropas se apresuraron a tomar las armas. Los bandidos fueron rechazados: pero aquellos que habían tomado posesión de Bellair hicieron una vigorosa resistencia. St. Louis, quien comanda una compañía de la guardia nacional, fue el primero en el frente. Se descubrió que los negros de la ciudad intentaban unirse a aquellos que lo atacaban desde afuera para matar las mujeres y los niños que encerrados en sus casas no tenían quien los defendiera; pero las patrullas de la guardia de honor previno, por su vigilancia, la ejecución de tal propósito. A las nueve en punto el general (Rochambeau) mandó a decir a Clara que la parte del pueblo en que ella vivía por ser mucho más expuesta, mejor fuera si se allegara a su casa para enviarla a bordo del navío del almirante. Ella respondió que era imposible para ella salir, porque su esposo no deseaba bajo ninguna circunstancia que abandonara la casa; por consiguiente, añadió, “Aquí debo quedarme hasta inclusive estoy segura de perecer”. La acción continuó en la barrera y los puestos avanzados durante el día. Los negros, dependiendo de su cuantía, parecen convencidos de decidir de inmediato la suerte del pueblo, y hemos pasado el día en una situación que no puedo describir.
En la noche el general envió un oficial a decir a Clara que él tenía noticias de su esposo que podía comunicar solo a ella. La primera idea que vino a la mente fue la muerte de St. Louis. Me agarró por el brazo y sin siquiera ponerse un velo salió huyendo de la casa. Un silencio sepulcral reinaba en todas las calles. Llegó sin aliento a la casa de gobierno. El general la recibió en la antesala y ella de inmediato procuró saber lo que pasaba con su esposo, inquiriendo del general lo que pasaba con él. “Nada”, respondió. “Se ha portado muy bien, conservando su vida. Pero usted debe irse al navío como otras han hecho”. Mas, Clara se negó a abordar el barco…