Muchos dominicanos en el orbe hemos estado a la espera de este día con mucho optimismo y confianza de que será de júbilo nacional debido a la elección de Pedro Jaime Martínez al Salón de la Fama.
No tengo duda alguna de que pertenece al templo de Cooperstown.
Hace tiempo que Pedro se ganó ese privilegio. Martínez fue grande y bueno, una rara combinación en los deportes que se ve cada cierto tiempo. Era un excelente lanzador, dominante, artista del control y un espectáculo que movía a millones de fanáticos cada cinco días.
¿Quién no quería verlo lanzar? Era un decreto sagrado estar frente al televisor.
Es tan grande que aquí estamos todos esperando su gran día. El carisma del derecho de Manoguayabo no tiene comparación.
No me quiero quedar en 219 victorias, 100 derrotas, 3,154 ponches, tres premios Cy Young (ganador en ambas ligas) y otros datos más, como pertenecer al grupo de los que han ponchado al menos tres mil y no tienen mil bases por bolas. Lo de Pedro es más profundo.
Era el mejor lanzador del negocio en la terrible “Era de los Esteroides”, pero por mucho. Cuando cualquier “Juan de los Palotes” daba 40 jonrones, Pedro era intratable. Paraba las aguas.
Brilló en la División Este de la Liga Americana, una zona que desde 1998 hasta 2003 era una pesadilla para los serpentineros.
Y ahí lo tienen: cinco lideratos de promedio de carreras limpias (1.90 en 1997; 2.07 en 1999; 1.74 en 2000; 2.26 en 2002 y 2.22 en 2003). Cinco veces fue el mejor en cuanto a hits por cada nueve entradas y a ponches por cada nueve entradas se refiere. Seis veces fue el supremo en la relación de bases por bolas y hits por cada nueve entradas. Igual cantidad de ocasiones tuvo el mejor WHIP (relación de bases por bolas y hits) y lo hizo en ambos circuitos. Fue líder en ponches en tres ocasiones y es el único latino con 300 ponches en una campaña (lo hizo dos veces) en los registros de las Grandes Ligas.
Y faltan más méritos del que todos conocemos como “Pedro El Grande”, que fuera del terreno se ha comportado de forma ejemplar. Eso también suma.
Es un señor inmortal.