Uno ve a Maduro pudriéndose en un gobierno de hambruna y precariedades sin nombre y con presos políticos en sus ergástulas.Al kirchnerismo tratando de sacar millones de dólares desde un convento, dinero amasado por el que fuera ministro de Obras Públicas de Néstor y Cristina Kirchner.
Ve uno la aberración macondiana de Daniel Ortega imponiéndole al pueblo nicaragüense una odiosa dinastía que necesariamente recuerda a la de los Somoza.
El presidente Morales, a quien el pueblo corta en referéndum la aspiración de un cuarto periodo mientras le brota un escándalo de tráfico de influencias con una amante.
La admirada revolución cubana, de la que muchos de sus hijos desertan haciéndose a la mar en búsqueda de libertad y progreso personal.
Correa, entre reformas constitucionales y referendos podría procurar un cuarto mandato consecutivo, como si ningún otro ecuatoriano pudiera presidir el país.
Y el PLD en más de 16 años de gobierno ha sido incapaz de proveer al pueblo los niveles de equidad e inclusión comprometidos en su oferta de instaurar el “progreso” .
Uno ve los fracasos de esos gobernantes surgidos desde las filas revolucionarias, que levantaron sus liderazgos de izquierda criticando a “las camarillas incapaces y corruptas” de los gobiernos derechistas.
Y ante las frustraciones que dejan en nuestros pueblos estos gobiernos es pertinente preguntarse, siguiendo el razonamiento de Francis Fukuyama, si estamos en presencia del fin de la historia de gobiernos revolucionarios, de izquierdas o progresistas en América Latina.
Esos regímenes se han quedado cortos en atacar la falta de equidad y cohesión social, y también en encarar los déficits educativo, cultural y de condiciones de salud, -salvo el caso cubano- pero todos fracasaron en proveer regímenes en los que prevalezcan las condiciones de libertad e institucionalidad democrática que demanda la vida ciudadana contemporánea.
Condiciones de libertad y democracia que son indispensables en la “aldea global” en que ha devenido un planeta Tierra súper conectado, y de obligada transparencia en la conducción del Estado en estos tiempos.
Los gobiernos de izquierda se han caracterizado todos por la ambición continuista de sus presidentes o partidos en el poder, desconociendo que el Estado de Derecho es inherente a la vida moderna, en la medida en que los ciudadanos en todo el mundo se han empoderado de los grandes y liberadores avances de la revolución de las tecnologías de la comunicación y la información.
La frustración que dejan esos gobernantes no necesariamente indica el fracaso de la teoría revolucionaria o progresista para dar respuesta a los viejos y nuevos desafíos que encara América Latina.
Todo lo contrario, tales experiencias de gobierno deben ser examinadas en sus aspectos negativos, y frustratorios, para ser corregidas haciendo más eficientes los gobiernos en base al aprovechamiento de los avances tecnológicos y de las ciencias.
Y resolviendo con más democracia las dificultades y limitaciones que generen los modelos democráticos, con la conciencia de que la democracia es el más perfectible de todos los sistemas políticos conocidos.