No siempre estamos de acuerdo con la forma de ser, actuar y pensar de los demás, pero eso no es motivo para apartarlos o apartarnos de ellos.
No es raro que cuando alguien no está de acuerdo con lo que otra persona opina o con las soluciones que, para resolver un problema, ésta aporte, se tienda a criticar y menospreciar sus ideas.
Más de uno, aunque pida consejos y busque opiniones cuando se enfrenta a situaciones difíciles, al final hará lo que crea mejor; en la mayoría de los casos, ignorará las opiniones recibidas, pero al menos escuchará sugerencias y valorará el tiempo y la atención que su interlocutor le brindó.
Aprender a escuchar, dejar de lado la pasión, ser más realistas y llegar a entender qué es lo que realmente importa y lo que es mejor, aunque no sea lo que más queremos, representa el primer paso a una vida más tranquila, además de que ese nivel de madurez evitaría muchos sufrimientos y desengaños.
Aunque creamos que somos lo suficientemente capaces de resolver y hacer frente a cualquier problema o adversidad por grande que sea, muchas veces, nuestra falta de humildad para reconocer que la idea del otro es mejor que la nuestra o que la solución que nos ha planteado, a todas luces, es más viable que la nuestra, nos lleva a cometer errores que, de momento, enmendarlos nos podría conducir al fracaso.
Muchas personas se tornan intolerantes y se encierran en sus razones sin escuchar ni darle importancia al punto de vista de los otros.
En muchas situaciones, los terceros ven la realidad de manera más objetiva y cuando nos aconsejan lo hacen con la mejor intención de ayudarnos, como un gran esfuerzo por sacarnos de un error o para evitarnos incurrir en otro.
Es cierto que cada uno es responsable de las cosas que hace y aunque se lleve al pie de la letra de lo que alguien más le ha aconsejado o sugerido, será él y nadie más quien recibirá el reconocimiento si el resultado es bueno; y será también quien recibirá las censuras si las cosas no salieron del todo bien. l