Dios continuamente trabaja en la vida de sus hijos, ardua y consistentemente, cual alfarero, ensucia sus manos en el barro de nuestra vida, usando cualquier circunstancia para refinar nuestro carácter. Mientras los problemas intentan deshacernos como polvo, justamente eso es su materia prima para hacer de nosotros una obra de arte, usando tan solo el agua purísima de su Espíritu, ¡agua de vida!
Sus manos nos levantan del suelo hacia un pedestal y nos colocan ante la mirada chocante del mundo. Pero no somos nada, solamente como una tenue luz sobre el barro, un retrato de Dios en la tierra, que el pecado a veces torna blanco y negro, ¡y Su sangre preciosa le devuelve el color!