Siempre escuchaba a la gente, principalmente a las madres, decir que los adultos debemos cuidar la forma de hablar y actuar frente a los niños, en especial, si se trata de nuestros hijos, porque ellos están más pendientes de nosotros de lo que uno puede pensar. Después de convertirme en madre, no tardé mucho tiempo para darme cuenta que somos el espejo en que ellos se ven cada día y por lo tanto, poco a poco, nos ven devolviendo nuestra propia imagen. Si nos hacemos el tiempo para observarlos y escucharlos, no tardaremos en encontrarnos reflejados en ellos. Un día, estaba en la sala de la casa, conversaba con mi hermano y una amiga de él, para entonces solo tenía una de mis dos hijas. Ella salió de mi habitación con un par de mis zapatos, una de mis blusas, mis gafas para el sol y las llaves de mi carro en las manos.
Tomó un sorbo de agua, me dio un beso en la mejilla y alejándose rumbo al carro, dijo: “nos vemos ahorita”. Mi hermano estalló una ruidosa carcajada.
“Dios mío, -dijo- eso mismo haces tú cuando te vas al trabajo”. En ese momento recordé, que mi hermana me contaba que sus dos hijas solían imitarla en todo.
Los padres no nos imaginamos cómo influimos en nuestros hijos. En mi caso, que comparto largas horas con mis pequeñas, noto como hasta mis estados de ánimo se reflejan en su conducta y hasta en su salud. Siempre he pensado que los pequeños pueden enseñarnos más de lo que creemos. Algo que me da una gran alegría es haberme dado cuenta de los felices que ellas son cuando yo estoy feliz. Me alegran sus caritas pícaras cuando recibo una llamada o la visita de quien ellas saben que amo.
Cuando estoy con ellas, soy casi una tercera niña, jugamos, hablamos, pero sin dejar de lado mi rol de madre. Ellas saben que su madre es una mujer, una mujer que ama, saben que ese amor se manifiesta con un beso, un abrazo y un gesto de ternura hacia la persona amada.
Es bueno que los niños nos vean felices y enamorados, pero sin atentar contra su inocencia. Ojalá que todos los padres y madres se tomaran el tiempo de compartir y observar a sus hijos, viéndolos, sin dudas, podrán descubrir sus propias virtudes y llegarán a corregir sus muchos defectos.