Dios nos trata con misericordia y con piedad, porque así es su naturaleza; lo hace porque Él es bueno, porque Él es amor. Pero lo hace también porque sabe que los seres humanos somos pequeños, imperfectos, vulnerables… polvo.
Y fíjense, si hay algo que se nos olvida a nosotros es que somos pequeños, imperfectos, vulnerables… polvo, que somos perecederos. Vivimos como si todo fuera “esto”, este mundo material que nos levanta como la espuma y nos deja caer de lo alto por gravedad.
Si nos viéramos como Dios nos ve, talvez nos pareciéramos más a Él y entendiéramos que lo verdaderamente importante para Dios no necesariamente es lo importante para el mundo.