Este artículo lo hago basado en un ensayo que escribió para una de sus clases una joven llamada Beatriz, hija de un gran amigo. Cuando leí la profundidad de sus razonamientos sobre temas tan trascendentes como lo son el ego y lo divino, quedé impresionado y me alegré al comprobar que nuestra juventud no solo está preocupada por tener todo lo que la sociedad de consumo le pone en su mano, sino que es capaz de ir mucho mas allá de la vanidad y entrar en temas profundos. Me parece oportuno referirme a estos temas en este tiempo de Pascua.
Ella se refiere al eterno debate entre el bien y el mal en que se encuentra enmarcada la naturaleza humana. Todos fuimos creados por Dios a su imagen y semejanza, y por tanto, tenemos una tendencia hacia el bien y tratamos de actuar en base a las normas, humanas y divinas, que sirven de base a los ordenamientos humanos. El ser humano es capaz de realizar actos de gran desprendimiento y generosidad, pero, al mismo tiempo, nuestra naturaleza es frágil. El ego y el orgullo, tal y como dice Santo Tomás de Aquino, nos ciegan y nos impiden ser reflejo de Dios. Nuestro egoísmo se manifiesta cuando ponemos por delante nuestras propias necesidades en detrimento de las de los demás. Cuando el afán de poder, de reconocimiento, de tener y acumular, y el miedo al rechazo mueven y dominan nuestra existencia y permitimos que nos arrope la avaricia, la envidia, la mentira, el odio. Peor aun, llegamos a niveles de hipocresía impensables, al ocultar nuestros errores para mantener las apariencias. Cuántas personas vemos en los templos pidiendo perdón y no bien salen de los mismos, continúan con las mismas conductas.
Estos malos sentimientos son el germen de los grandes males sociales: la injusticia, las desigualdades, el consumismo desmedido, el oportunismo, la corrupción, el nepotismo, el engaño, la evasión de impuestos, el narcotráfico, la injusticia con que tratamos a servidores públicos y privados, el robo y muchos males más de los que somos culpables los seres humanos. Muchos de los que acceden a posiciones de poder lo usan sin escrúpulos para provecho personal.
Ese mismo ego que nos es tan difícil dejar de lado, es el que igualmente nos impide reconocer nuestros errores y debilidades. Solo de la mano de Dios podemos romper el círculo. En palabras de Beatriz, “la fe cristiana disminuye el ego en la personas, permitiéndonos mirar hacia atrás y reflexionar sobre nuestras acciones con el deseo de identificarnos con la imagen de Dios”. Qué diferente sería nuestra sociedad si todos decidiéramos acercarnos a Dios y seguir el camino de la humildad, de la sencillez, de la tolerancia, del perdón y del arrepentimiento. Nuestro egoísmo sería sustituido por el afán de ser mejores personas y de construir una sociedad mas justa, libre de violencia, de chantajes, de demagogia y del populismo que nos atrasa. Jesús entregó su vida en expiación por nuestros pecados y nuestros males, basta con que reconozcamos nuestras faltas y Él nos llenará con su paz. Recordemos que, después de todo, nuestro paso por la vida es efímero y solo dejamos en la Tierra el bien o el mal que hayamos podido sembrar. Dejemos de lado el egoísmo, arma mortal que nos impide ser más humanos y justos.
Trabajemos por nuestra juventud y seamos para ellos ejemplo de virtud para que cada vez haya entre nosotros más jóvenes como Beatriz, con la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, el egoísmo y la generosidad, entre la salvación y el abismo del pecado.