Mi artículo de hoy, más que una opinión, tiene el objetivo es mover a la reflexión de qué somos como país. ¿Debemos promover la minería? ¿El sector industrial? ¿Debemos generar electricidad a carbón? Estos han sido temas debatidos por ciertos sectores de la población y sin duda serán de las decisiones que como nación deberemos adoptar.
En los últimos años se ha desarrollado más la responsabilidad de proteger el medio ambiente y tanto la población como los empresarios estamos mucho más conscientes de su importancia, aunque muchas veces los que reclaman son parte de los que más contaminan al tirar desechos sólidos en calles, cañadas, ríos, playas, etc.
No puedo olvidar lo que me sucedió con un exbanquero que, cuando salía de un popular restaurante de la autopista Duarte, bajó el cristal de su lujoso vehículo y tiró un vaso plástico a la calle. Lo recogí y el lunes próximo se lo envié con una nota que decía: Seguro que eso no lo harías en Miami, New York o París ¿por qué aquí sí?
Indudablemente la protección al medio ambiente debe hacerse con responsabilidad, no puede ser un medio de chantaje a políticos o a empresarios, entiendo que todas las actividades pueden coexistir siempre que se hagan con los mejores criterios técnicos y la supervisión adecuada.
Tenemos ejemplos de cómo pasamos en uno de nuestros municipios de ser uno de los diez más contaminados a una zona que logró salir de esa penosa lista y tener un plan de arborización que solo el año pasado logró sembrar 35,000 árboles para mitigar la emisión de CO2.
Mis reflexiones vienen precisamente en el momento que se acaban de nombrar el ministro y los viceministros del recién creado Ministerio de Energía y Minas que dentro de las tareas más importantes será definir si somos o no un país minero, si es preferible explotar una mina de acuerdo a normas internacionales o emitir millones de dólares en bonos.
Estamos compelidos a definir si es preferible mantener una tarifa energética cara o generar con carbón como lo han hecho la mayoría de los países desarrollados, dado el hecho de que es un combustible barato y estable en su precio. En algún momento escribiré sobre energía nuclear, ya que contamos con un viceministerio encargado del tema.
Nunca olvido algo que leí del profesor Ernesto Fontaine, a quien tuve el honor de conocer cuando vino a dar varios cursos a la CDEEE, cuando escribió a sus alumnos de Economía de los Recurso Naturales de Agroindustria de la Universidad Tecnóloga Metropolitana (UTEM) “Cuánto vale un cisne”.
Esto, debido a la discusión que se generó en Chile frente a la muerte de varios cisnes y el reclamo del cierre de una planta industrial.
Lo interesante de esta discusión es que es imposible asignar un valor económico a un cisne, a un río, a los árboles. Y cuando uno lee las respuestas no solo de esta discusión que se generó en ese momento en Chile, sino que es un tema recurrente en todos los países, caemos de nuevo al problema de supervisión y de localización.
Los ecologistas entienden que los recursos son limitados, que el calentamiento global es consecuencia de la contaminación industrial, la que generan miles de vehículos en las calles. Sin embargo, no puedo olvidar en un momento que fui invitado como observador a una clase que impartía Barna en Barcelona, el profesor hablaba de que el deshielo de los polos se dan cíclicamente, que no es un problema relacionado al efecto invernadero.
Entre los ecologistas y los economistas existen diferencias importantes, los primeros entienden que los recursos son limitados y los segundos entienden que la tecnología los hace más abundantes cada vez.
Jesse Ausubel, de la Universidad Rockefeller, ha calculado que la cantidad de tierra que se necesita para sembrar un producto determinado es menor en un 65% que hace cincuenta años gracias a los fertilizantes, la mecanización y la tecnología.
Los ecologistas rechazan estas teorías porque entienden que estos avances se sustentan en recursos no renovables como los combustibles y gas natural. Sin embargo, cada vez se descubren más reservas y formas de combustibles como el hidrógeno que será sin duda el combustible ya no del futuro, sino de un presente inminente. En los Estados Unidos se fabrican autos de hidrógeno y pronto veremos un número importante de estaciones que irán sustituyendo las de gasolina, gasoil, GLP o gas natural.
En un artículo, Matt Ridley pone a nuestro país de ejemplo. Refuta lo que dice Paul Ehrlich, de la Universidad de Stanford, que entiende que a la medida que la población se hace más rica y tiene más tecnología, mayor es el daño que se le hace al planeta Tierra.
El mismo Ausubel afirma que ningún país que tenga un ingreso promedio de USD4,600 tendrá pérdida de superficie boscosa y el impacto siempre será menor al medio ambiente y pone como ejemplo Haití y República Dominicana. A su juicio, “Haití con un 98% de su territorio deforestado, debido a la pobreza, está obligado a vivir del carbón para uso doméstico e industrial, sin embargo, en República Dominicana, donde el verdor es apreciable, hay recursos suficientes para subsidiar el gas propano para que la población no se vea en la necesidad de cortar árboles para subsistir.
Terminamos por decir que nada es incompatible siempre que el desarrollo sea para beneficio de la población, donde se apliquen cada vez tecnologías mejores, se genere un mayor número de empleos, impuestos para el Gobierno y bienestar para todos. Lo que no podemos es sucumbir a la opinión de cualquiera que se crea un técnico, de micrófonos interesados o de bocinas que repiten igual que cotorras sin saber que dicen.