La última vez que el presidente Danilo Medina conversó en público con Dios fue el domingo 31 de enero, en su proclamación como candidato presidencial del PLD para las elecciones del 15 de mayo pasado.
En esa conversación pública el Presidente juró “por Dios”, que si ganaba la reelección no volvería a aspirar a la presidencia de la República.
Deja un no sé qué, que el martes, en el discurso pronunciado en el acto que lo invistió formalmente como presidente reelecto, el Presidente no citara tan sagrado juramento, pese a que conectó con Él para agradecerle su reelección e invocar que lo ayude a controlar actitudes negativas.
Era el momento más oportuno para reafirmar su decisión de respetar ese juramento. Porque poner a Dios como testigo es algo muy delicado, que de convertirse en juramento vano deviene en el pecado de perjurio, imperdonable en un pueblo creyente como el dominicano.
Deja un no sé qué la no ratificación del juramento porque en la otra parte de los actos de su investidura el Presidente hizo nombramientos en el gabinete gubernamental que consolidan su control personal de su partido, del Gobierno y del resto de los poderes del Estado.
Por el rumor que circula entre comunicadores con acceso a la política gubernamental de que a varios ministros que antes corrieron como candidatos presidenciales se les advirtió que sólo quedarían en el gabinete, fuera confirmados o rotados, si se comprometían de antemano a asegurar que no aspirarían para 2020.
Y era importante que reafirmara su juramento ante Dios porque el gran ausente en el discurso del traspaso de mando de Danilo a Danilo fue el tema de la institucionalidad democrática.
Una institucionalidad democrática que si bien no tiene buena visibilidad mediática es, como decía el miércoles Luis Abinader en Teleantillas, condición indispensable para impulsar un modelo de desarrollo sostenible.
Capaz de mantener la estabilidad y el crecimiento económicos sin los grandes déficits fiscales, el endeudamiento desbordado y la pesada deuda social que han caracterizado las gestiones del PLD desde 2008.
Sin institucionalidad democrática no podremos empujar el desarrollo humano hacia los grandes adelantos de la sociedad moderna, empezando por la provisión de servicios de calidad en agua potable, educación, salud y seguridad ciudadana, control de la delincuencia, energía eléctrica permanente, alimentación al alcance de la mayoría, transporte organizado, bajar el desempleo, saneamiento ambiental, y un aparato estatal eficiente y operando a costos razonables, etc.
De ahí la desazón, el no sé qué subyacente en el hecho de que el presidente Medina no toma en cuenta ni dialoga con la oposición y la sociedad civil, no hace caso a las propuestas del empresariado, ni muestra interés en formalizar un amplio pacto de reformas políticas que apuntalen la colapsada institucionalidad democrática.
Por eso habría generado un halo de confianza que el Presidente reafirmara su juramento “por Dios”, de que no se embarcará, otra vez, en volver a reformar la Constitución para seguir a caballo.