Hace unos años escuché a una joven, estudiante universitaria, en sus veinte conversar sobre un pariente de menor edad residente en los Estados Unidos, estudiante de secundaria, a quien describía como rico poderoso, en momentos en que para sus estudios y manutención recibía ayuda del Estado norteamericano, a pesar de lo cual tenía sobrantes que remesaba a su madre en la RD.
En otra ocasión un amigo llamaba pobre diablo al ricachón del pueblo, un terrateniente, exportador agrícola y prestigioso ciudadano, a quien define en relación con dos conocidos empresarios dominicanos.
Esas apreciaciones son frutos de la comparación de lotes. De lotes presentes y lotes esperados, en relación con las necesidades insatisfechas en la actualidad y las expectaciones de satisfacción hacia el futuro. También de lotes de crédito y pago y de lotes de poder. Es una visión de tener, de acumular, de resolver. Así, quien más haya acumulado se percibe como más rico y quien mejor crédito tenga y con mayor poder se perciba más rápido resuelve.
Es visión paradigmática que ha entregado las bases para el desarrollo tecnológico y científico, pero también ha producido crisis de enormes proporciones que han afectado las economías nacionales y las domésticas, y llevado a la cultura de occidente al borde del colapso. Suyos son también el narcotráfico, el chantaje, el engaño, el sicariato, el nepotismo, la prevaricación, y muchos otros fenómenos de la cultura occidental, convenientes e inconvenientes.
Pero esta visión de la riqueza como acumulación de bienes, crédito y poder también tiene su anverso, bien expresado en la sentencia “no es más rico quien más tiene sino quien menos necesita”. Eso es así porque lo más universal, extendido y común en el hombre, en la humanidad de todas las épocas, es la búsqueda de la felicidad y parece ser bastante entendible que debe ser más feliz quien menos necesidades insatisfechas tenga.
Hasta el presente, la historia de la humanidad ha sido un derroche de vidas, por esclavitud y salarios de hambre, de guerras de exterminio de naciones por la competición espacial, ideológica y étnica. Ninguno de estos fenómenos es fruto de necesidades sino de temores y de sentimientos que surgen del afán de poder o de la percepción del otro, el que es diferente a mí, como ente maligno.
La República Dominicana está montada en la carreta que desanda los mismos derroteros que Europa y Norteamérica y nos espera el mismo colapso pronosticado para ellos, a menos que empecemos a cultivar una visión de conservación y multiplicación de lo bueno de nuestros recursos, nuestra cultura, nuestra historia y nuestra gente, y encontremos lotes de valores humanos con potencia para entregar felicidad.