La simbiosis entre navegantes franceses, holandeses e ingleses, y la abandonada sociedad de la Española sobrevino como natural consecuencia de la impreparación de la corona española, y del conquistador, para enfrentar las nuevas realidades. España estaba atrasada en el desarrollo económico-comercial vis-a-vis las otras potencias europeas, situación que empeoró cuando sacó de la península a la clase social que de eso sabía. Además, el asiento monárquico se situaba lejano y ausente de las autoridades administrativas coloniales, sin establecerse mecanismos apropiados de verificación del cumplimiento de los mandatos de la monarquía.
Cuando Santo Domingo dejó de ser parada de la Flota de Indias y su población aventurera masivamente emigra hacia nuevas tierras descubiertas en Tierra Firme, los productores perdieron su mercado y los comerciantes sus suplidores.
Para ambos, la oportunidad de transigir con La Casa de Contratación de Sevilla, absurdo monopolio establecido cuando España era insignificante como exportador y productor agrícola e industrial, sin capacidad para adquirir insumos desde América para su industria ni para suplir los mercados en América y Europa.
Con esa pérdida de comerciantes y productores, y la falta se subvencionaron sus operaciones, disminuyó progresivamente el circulante, ese constructo cuyo cambio de volumen real produce efectos hacia el progreso o la depresión socio-económica, que torna en desconcertante la vida.
Imagínese, lector, al frente de negocio suyo que importa bienes de consumo y otras cosillas, y exporta pieles curtidas, carnes ahumadas y sebo. Imagine más, que quien le vende y le compra es la misma entidad, y que le hace dos visitas por año, para venderle lo que quiera usted y comprarle lo que él necesite. Imagine aun más, que pasaron dieciocho meses de su última transacción con tal entidad.
Frente a esa situación decide usted quedarse vigilante bajo una sombrilla en la calzada frente a su negocio desde donde puede observar desde lejos el tráfico marítimo hacia el muelle, y dormir en la habitación que usa en sus transacciones de importador-exportador.
Su pensamiento le dice que todo está bien. Tiene como existencias de exportación una enorme riqueza, pero ya nada le queda para vender a sus clientes locales. Sabe que en su casa hay café, cacao, tabaco, yuca, batata, plátanos, ajíes de distintos tipos, cilantros, gallinas, guineas, palomas, cerdos, reses, carneros, chivos, caballos, y control sobre una cantidad considerable de terrenos para producir tales riquezas.
Al fin, a lo lejos vislumbra una flota extraña y, mientras, los demás huyen usted espera. Y la flota llega. Desembarca y usted la recibe solo en el muelle.
“Vendemos y compramos”, le dice uno que baja desde la nao al muelle; “si necesita algo no necesita dinero. Nosotros trocamos”.
¿Qué haría usted?