Elegante y sencilla, de trato amable y hablar pausado, la esposa del presidente Danilo Medina, nos recibió en su despacho, donde dejó que su alma revelara aquellas cosas que han ido forjando su personalidad, los episodios de su vida que se han convertido en experiencias que la han fortalecido como ser humano.
Una mujer de gran fe, que ha levantado su familia sobre los cimientos del amor a Dios y la observancia de sus mandamientos. Los días de infancia llegan a su mente y al evocarlos la nostalgia se anida en su rostro. No faltan las sonrisas, cuando recuerda lo mucho que se divertía jugando con sus hermanos y el celo con que cuidaba las “mariquitas”, que compraba con el dinero de su “recreo”.
Pero como en la vida de todo ser humano, en la suya, también existen los episodios de dolor. La tristeza la invade cuando recuerda el día que los ojos de su abuelita se cerraron para siempre y cuando de una forma inesperada recibió la noticia de la muerte de su hermano.
Sin embargo, mujer de fe, entiende que cada experiencia dolorosa deja un aprendizaje que ha de servir para toda la vida.
1. Nacimiento e infancia
Nací en Santo Domingo, Distrito Nacional, del matrimonio de Juanico Montilla y Altagracia Espinal.
De los años de mi niñez lo que más recuerdo son los juegos con mis amigas y, sobre todo, mis caminatas dando la vuelta a la manzana, ir a la glorieta del parque y, los domingos, a los conciertos o como decía mi abuela “a la retreta”.
¡Ah! no dejes de poner que jugaba mucho con mariquitas. Las compraba en las farmacias y me gustaban tanto que a veces guardaba el dinerito de las meriendas para comprar mariquitas. Me fascinaba vestirlas. Puedo asegurar que mis primeros años fueron muy felices. Jugaba mucho con mis hermanos. Entre todos yo era la más callada, tranquila y reservada, pero siempre contenta, muy alegre. También, acostumbraba a pasar largos ratos en las Ruinas de Santa Bárbara donde recibía el catecismo y formación cristiana, cuando apenas tenía unos 8 años. Ahí pasaba largos ratos mirando el paisaje y disfrutando del silencio de esas hermosas ruinas.
2. Los años de estudios
Llevo muy presente, sobre todo, mi etapa en el Instituto de Señoritas Salomé Ureña. Allí me gradué de bachiller en Filosofía y Letras; y me formé entre la cultura y el ballet clásico de Miriam Bello.
Las clases de Lengua Española las recibí de Genoveva de Peláez, la Literatura con Veronesa Ricart. Además, Tirsa de Gómez, profesora de Historia y Geografía. De ésta siempre recuerdo sus buenos modales y sus afanes por enseñarnos cómo debíamos comportarnos, como verdaderas damas que éramos, siempre decía que debíamos lucir bien. En esa época, doña Amantina de Ubiera era la supervisora de tercero y cuarto de bachillerato. Ella era la encargada de vigilar esas aulas de esos cursos que conformábamos todas y estaba atenta a todo lo que nos pasaba. Se fijaba cómo vestíamos, si las medias estaban bien puestas (medias de nylon), si la falda estaba muy corta, en fin, lo más importante de todo era un mundo de formación tanto en lo académico como en lo personal, dándole mucha importancia a quien eres y de dónde vienes y a qué familia perteneces; era una formación integral.
Siempre recuerdo las charlas sobre Literatura que nos daba el inolvidable poeta postumista Domingo Moreno Jiménez, y para terminar, cómo no recordar a la directora, una mujer muy avanzada para la época en que vivíamos, doña Adriana Mejía de Billini.
3. Niña risueña
Jajajajaja… me reía de todo… Yo era una niña siempre risueña, y mi abuela y mi padre me regañaban por eso; me decían: “Las mujeres serias no se ríen tanto…”, jajajajaja.
4. Un dolor profundo
La muerte de mi abuelita materna, Agustina Espinal, fue algo muy triste. Cuando eso yo tenía 14 años y todavía la recuerdo cada día. Es para mí como un símbolo de amor y entrega… jugó un papel muy importante en mi formación emocional. Ella es lo que más recuerdo con cariño en mi infancia.
5. Compañero de vida
Conocí a Danilo en 1983. Su familia se mudó frente a mi casa y ahí comenzó el acercamiento entre nosotros… De él lo que más admiro es su entrega, su lucha y sus principios innegociables a la hora de defender sus ideas y en lo que cree. En lo personal admiro su responsabilidad como padre y como esposo. Él asume todos sus compromisos con integridad, amor y sacrificio. Como Presidente espero -sé que hará lo mejor- que con su entrega, y dada su capacidad, que no pongo en duda, le responda al pueblo dominicano con la misma expectativa que se ha ido formando en torno a su gobierno. ¡Claro está! Él puede, pero necesita del apoyo de todos y todas las dominicanos y dominicanas.
6. La maternidad
Es lo más hermoso que he podido experimentar en toda mi existencia. El nacimiento de cada una de mis hijas es una experiencia única e inolvidable. Ellas marcan el paso de un proyecto personal que se convirtió en proyecto familiar. El apego y el desarrollo afectivo que desde el primer momento experimenté en mis hijas Candy Sibelis, Vanessa Daniela y Ana Paula, me marcaron para siempre. La compenetración y la complementación de vínculos que he logrado con ellas, así como los lazos fuertes que nos unen, hoy nos sirven para la verdadera compactación de una gran unión familiar en la que el padre, Danilo, juega un rol vital.
7. El valor de las personas
La esencia humana, de donde emanan los valores morales basados en los frutos del espíritu de Dios. El fruto del espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, modestia, dominio propio y fidelidad. Eso es lo que más valoro en las personas.
8. Herencia y legado
De mi padre heredé la dedicación al trabajo, la entrega por lo que hago y el darme a los demás. Eso aprendí de él, sobre todo, por sus actuaciones, su estilo de vida y ejemplo en el trabajo. De mi madre aprendí a ser una mujer emprendedora, luchadora. Me enseñó el sacrificio por adquirir lo que se quiere y que el ser humano puede ser feliz con lo que pueda tener; que la felicidad se lleva dentro y que el amor de Dios todo lo transforma. Mis padres lucharon por darme una buena educación y trabajaron para lograrlo. De mis padres viviré eternamente agradecida, por el trabajo digno que los caracterizó, justamente la misma dignidad de vida que transmitieron a sus hijos. El mejor legado que debo dejarles a mis hijas es que me recuerden como una mujer íntegra, con valores espirituales y morales, los cuales espero que sepan utilizar para alcanzar una vida plena y feliz. Dejarles la conciencia de que la felicidad es algo que se construye en el día a día y se alimenta con manifestaciones de amor y caridad hacia los demás y se devuelve en felicidad total para el ser humano.
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